130. Perro, perro

19 de abril de 2024 | Abril 2024

Qué año perro había tenido Horacio. Eso sin contar los anteriores siete, que prácticamente habían sido un calvario y demostraban las intenciones de Horacio de aferrarse a la vida. Él decía que su mala suerte había empezado cuando lo echaron de la automotriz, sin indemnización, por haberle encontrado falopa en el casillero (el único al que le encontraron fue a él; los dos casilleros vecinos también tenían, entre tantos otros). Fue entonces cuando inició en su vida a una seguidilla de trabajos mal pagos: desde mozo de un bar de mala muerte, bachero de un restaurante, chofer de aplicaciones, y lavador de coches. A todo le había puesto el cuerpo, pero nada pagaba como para mantenerse. Eso, sin contar que el despido y el hallazgo de la cocaína habían sido las excusas perfectas de su novia de aquel entonces para separarse de él y comenzar a salir con un compañero suyo de la fábrica.

Por una casualidad de la vida que prueba la existencia de Dios, a Horacio se le tendió una soga celestial que bajó del cielo en forma de contrato laboral en una distribuidora de bebidas alcohólicas que lo tomó como encargado de un turno. Ese período de calma y un salario relativamente bien pago le permitió acomodar las cuentas y darse algún que otro gusto en la vida, como ir a un recital con amigos donde conoció a Patricia. Se enamoraron, se juntaron y tuvieron un hijo.

El futuro se presentaba generoso y hasta feliz, pero su hermano Andrés no llegó a conocer a su sobrino. Murió en una batalla campal entre hinchadas de dos clubes rivales. Ese golpe fue muy duro para Horacio. Le llevaba apenas tres años, y siempre había tenido un papel de protector de su hermano menor.

Luego de eso, aunque la llegada de Elías le dio alegría a la familia, apenas medio año después apareció el alzhéimer en el cerebro de su madre y, un mes después, Horacio y Patricia debieron adoptarla también a ella, que pasó a compartir la habitación del bebé. Su madre aportó más gastos que ingresos; con la pensión que tenía de su difunto marido apenas si alcanzaba para algo. Además, generaba problemas por su propia enfermedad. La ausencia de Andrés se notaba tanto emocional como económicamente.

De pronto, Patricia tenía que maternar a un niño de un año y a una señora de setenta y siete, por suerte, físicamente débil. No duró mucho tiempo hasta que su suegra falleció, y eso fue otro golpe duro para un Horacio que venía de aguantar día a día los golpes de ver a su madre desaparecer lentamente y transformarse en otra persona.

Un año después, hace hoy exactamente un año, la empresa que lo empleaba le solicitó realizarse exámenes de rutina. Tres días después, fue convocado a la oficina de su jefe y despedido, por tener otra enfermedad que, a la larga, iba a implicar un gasto extraordinario para la empresa y ausencias suyas en el trabajo. Eso sí, le dijeron que le iban a dar una indemnización, pero lo ofrecido fue muy poco.

Entonces Horacio quedó con un panorama desolador. Sin empleo, peleando su indemnización, con una nueva enfermedad que lo excluía el acceso a muchos trabajos, y con una familia a cargo. Al principio volvió a ser chofer de aplicación, pero al mes siguiente con lo que había de trabajo no alcanzaba. Tuvo que vender el auto, y pudo comprar una moto con la que hacía mensajería pésimamente paga.

El panorama fue negro hasta que, por fin, logró acordar la indemnización que le correspondía, cediendo él un poco más que la empresa, debido a su situación. Con esa plata y todo lo amargo de la vida encima, Horacio decidió que lo primero que debían hacer era irse los tres a pasar unos días en la costa, como para darle a la vida algo de placer. Cargaron una mochila con lo indispensable, subieron Patricia y él en la moto con Elías entre sus cuerpos y, no recuerdo el número de línea, pero sí que era un colectivo amarillo, el que los atropelló en la esquina, dándoles muerte a los tres.

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