127. Darse por vencido

16 de abril de 2024 | Abril 2024

El mismo día que cumplió cuarenta y tres años, Marcela recibió la noticia de que llevaba en su cuerpo una enfermedad casi terminal, lo suficientemente brava como para arruinar su vida, pero no tanto como para liquidarla. Existía, sin embargo, la posibilidad de tratarla como para probar si, con la suerte de su lado y un tratamiento puntilloso, podía torcer el futuro a su favor. Eso sí: debía eliminar la enfermedad por completo, sin medias tintas.

El tratamiento, de acuerdo a lo informado por el médico, consistía en tomar medicamentos por vía oral y acompañarlos con una novedosa quimioterapia sobre la cual se estaban realizando algunas evaluaciones. Sin embargo, lo único que recordaba Marcela al salir del consultorio era que el tratamiento era demasiado costoso, y que no todas las obras sociales lo cubrían.

Empleada de comercio y con una de las coberturas médicas más criticadas del país, concurrió a la farmacia con la receta de las pastillas. La mujer que la atendió le informó que para obtenerlas debía contar con una orden especial de la obra social.

Sin familia que la acompañara y apoyara, pero con el ferviente deseo de no morir, se presentó en la sede de la obra social donde, después de una hora y media de espera, pudo ser atendida por un joven de unos veinticinco años.

—Buen día, ¿en qué puedo ayudarla?

—¿Qué tal? Tengo, eh… una receta, por unas pastillas que tengo que tomar… Me la ordenó el médico. Yo tenía un dolor molesto en la cabeza, cada tanto me agarraba, así como puntadas fuertes, y me di…

—¿Tiene la receta? —preguntó el muchacho.

—Sí, acá está —Marcela le pasó el papel perfectamente doblado.

—Mhm… veo. Mire, estas no las estamos cubriendo. El gobierno no le pasa los fondos a la obra social así que no tenemos manera. Lo lamento muchísimo —dijo con algo de empatía.

—¿Cómo? ¿Y entonces? ¿Cuándo les van a devolver los fondos? —Marcela vio sus esperanzas destruidas.

—Ojalá tuviera una respuesta. A lo mejor… sé de gente que probó con otras cosas. Yoga, acupuntura…

—¿Me estás tomando el pelo? —el tono de voz de Marcela y su rostro se transformaron del todo y sus ojos se cargaron de lágrimas.

—No, pero… —el joven envolvió los labios dentro de su boca, respiró hondo y levantó un índice como si hiciera un anuncio—. Deme un minuto.

Marcela esperó unos quince minutos más hasta que el muchacho volvió al puesto donde la atendía con una sonrisa de buenas noticias.

—Bueno, Marcela. Tenemos una alternativa: desde que cerró la ANMAT ya no hay tanto control, tanta burocracia y esas cosas que le complicaban la vida a la gente. Entonces, lo que te puedo ofrecer, es la misma droga que vos necesitás, exactamente la misma… pero, con un poco… digamos, vencidas. Puede ser que sirva como no. No sabemos. Tampoco sabemos desde cuándo están vencidas ni la fecha de producción, porque son cargamentos que nos quedaron viejos y está todo ahí sin envasar. De hecho, nos lo mandó el laboratorio como para ver si se podía ubicar en algún lado o paciente; no sé, esas cosas, creo que hablé de más. Pero bueno, si te parece, Marce, estas te las podemos dejar a… ¿mitad de precio? ¿Te parece bien?

Marcela, abatida, se dejó caer sobre el respaldo de la silla, con la vista clavada en el escritorio del empleado que la atendía y, como por las dudas, preguntó:

—¿Y funcionará?

—Más que el yoga, calculo que sí —contestó el muchacho después de encogerse de hombros.

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