Podríamos decir, con el diario del lunes, que cuando apareció La Masa, en pleno Avellaneda, fue subestimada por muchos de los que luego tendrían temor por ella. Un fenómeno físico químico extraño, provocado de una manera que jamás se descubrió, comenzó a crecer de una manera desprolija e impredecible tragando a su paso cuando podía. Quizás debido a su avance lento, a razón de un milímetro por día, es que no se intentó analizarla. Aunque la ciencia ya estaba en retirada, tampoco existió ni siquiera una curiosidad gubernamental por interpretar lo que sucedía en la habitación de Matías Fonseca.
Cuando su crecimiento centuplicó su velocidad en poco tiempo, la noticia empezó a aparecer, hasta el punto en que un medio local hizo una nota respecto de semejante situación extraña. Matías contó que, aunque le arrojaba objetos e intentaba retraerla, La Masa parecía tragar absolutamente todo. Tal es así que su familia se mudó y esa vivienda quedó deshabitada y, al poco tiempo, absorbida, engullida por esas fauces indeterminables.
El asunto corrió de boca en boca hasta adquirir relevancia nacional y llegó al punto de ofrecerse colaboración científica desde los países limítrofes, pero el gobierno la rechazó de cuajo, aludiendo que se introducirían científicos comunistas que, con sus cuentos de calentamientos globales y ecocidios, evitarían que el país avanzara hacia el progreso. Eso provocó el estupor de buena parte de los habitantes y todo tipo de respuestas, entre las cuales se destacó una: un hombre había ido hacia La Masa y se había dejado devorar por ella, lentamente, mientras relataba en redes que sentía un agradable cosquilleo en las partes que La Masa absorbía.
Desde aquel hombre, fueron varios los que se atrevieron a pasar al otro lado de La Masa que, alimentada por el ser humano, creció hasta devorar barrios y municipios enteros.
En medio de semejante panorama, según algunos catastrófico apocalíptico y según otros de liberación cristiana, el gobierno, ya con la Casa Rosada a las puertas de una desaparición eterna, decidió escapar en un tren con destino a Tucumán (el más lejano posible) junto con un grupo de destacados hombres de la política y la economía y un grupo importante de hombres del GEOF y el Escuadrón Alacrán. A esa altura, los servicios dejaban de funcionar, muchas personas huían con sus automóviles, en tanto que otras tantas venían con sus automóviles y ejercer el gobierno ya era algo prácticamente imposible.
Con la gran esperanza de que a situación se resolviera de alguna manera, el presidente y su gran comitiva abordaron el tren preparado especialmente para su escape en Retiro, justo en el mismo momento en que la Casa Rosada se transformaba en parte de La Masa.
De alguna manera, el presidente logró mantener el liderazgo durante las primeras dos horas de viaje, pero la situación se tornó en su contra en el momento en que el tren se detuvo por completo. Un jefe del personal militar se acercó e informó que las vías se habían terminado. La explicación la dio un ministro que recordó en ese instante que las habían levantado para venderlas a un país de África que estaba desarrollando sus vías férreas. Luego se oyó al maquinista gritar que se acercaba La Masa, que si alguien deseaba salvarse debía saltar en ese instante del tren. El desconcierto fue generalizado y, mientras algunos decidían entregarse a la muerte, otros saltaban del tren para correr. El presidente, después de recibir una trompada de un ministro, saltó del tren y comenzó a correr, hasta tropezarse, caer y lastimarse la pierna derecha. Luego, todo fue llanto y miedo para él.
