122. Consejo de hermano

13 de abril de 2024 | Abril 2024

El gobernador estaba contento como pocas veces en su gestión. Por fin podía cumplir una promesa que sentía que en algo torcía el destino para que su gente estuviera más tranquila. En la campaña en la que se candidateaba al cargo, durante una recorrida en la localidad de La Toma, se había encontrado a Concepción, una jubilada, ex costurera, que por poco no era la persona más longeva del pueblo.

Ella lo entretuvo al menos dos horas contándole del incendio que había sufrido el pueblo, y en particular su familia. Entre el deseo del candidato de no perder un voto que sentía ganado y que la historia de Concepción, además de dramática, era atrapante, la conversación no terminó hasta que cayó la noche. El candidato, entonces, prometió no uno, sino dos camiones de bomberos. A cambio, le pidió a Concepción que convocara a votarlo.

Una vez electo para el cargo, el gobernador jamás pudo olvidar a esa señora y cómo ardían las llamas en el fondo de sus ojos mientras le relataba su historia. El proyecto de conseguir los dos coches bomba fue impulsado a la brevedad, y fue el hermano del gobernador, Rafael, el encargado de ese asunto. Es que Rafael tenía una habilidad particular: sabía hacer coches desde cero, igual que una automotriz. Se mandaba a hacer a una metalúrgica las partes que le resultaban imposibles de hacer artesanalmente o conseguía algunas originales de otros autos.

Fue error del gobernador delegar en Rafael la decisión respecto de los coches bomba. La muestra de confianza hacia Rafael, que tenía un prontuario de haber transitado su vida en buena medida en un desarmadero de autos robados y conflictos menores con sus vecinos, fue el paso en falso que hizo tropezar la carrera del gobernador.

Llegado el día de la entrega de los camiones, después de una reunión de gabinete de ministros, el gobernador salió hacia La Toma, donde Rafael ya se encontraba y, le había informado, todo estaba listo para su presentación. Lo primero que hizo el gobernador allí fue consultar por Concepción. Quería ver la alegría apagar las llamas de sus ojos al ver los nuevos coches bomba. Se desilusionó un poco cuando se enteró que había muerto un mes atrás, pero la misma desilusión le provocó un profundo deseo de honrar su memoria.

Se dirigió al cuartel de bomberos voluntarios, donde estaba el escenario para su discurso y, detrás de una cortina, los dos camiones. Se sorprendió para bien cuando vio a su hermano junto a dos vehículos exactamente iguales hasta en los detalles, pero se sorprendió para mal al acercarse y notar que en uno de ellos no cambiaba el reflejo de la luz sin importar desde dónde se lo viera.

—¿Qué le pasa a éste? Está medio raro —consultó el gobernador.

—No la vas a poder creer —Rafael sonrió cómplice—. Es de mentira. Cartón, chapa, plástico, cualquier cosa. Salvo las ruedas, esas son de verdad.

—¿Me estás jodiendo?

—No. Mirá, abrilo.

El gobernador se acercó e intentó accionar una manija que no se movía y, de forzarla, terminaría en pedazos.

—¿Qué es esto, boludo? ¿Qué hiciste? —el gobernador empezó a enojarse.

—No llegué, estuve con muchas cosas… Pero no se nota, está igual al otro.

—¿Y qué mierda hacen si hay un incendio?

—Que usen el otro, si ese es de verdad y está perfecto —se excusó Rafael—. Si querés, mientras tanto, voy preparando el otro. Pero me tenés que pasar un poco más de presupuesto, porque me terminé todo armando esta maqueta…

—Pero Rafael sos un pelotudo, viejo, la puta madre.

—¿Qué? Si estos son unos pueblerinos, todos bobos, ni se van a enterar, hermanito. Vos haceme caso. Vamos viendo, y si hace falta, hacemos el otro. Bah, como quieras, yo te lo hago gratis, si ponés los materiales.

—¿Gratis? Si te di un empleo en el gobierno…

—Bueno, vos me entendés… —abrió los brazos.

—Mirá, Rafa. Yo voy a probar. Si pasa, te felicito y será que son todos boludos. Pero si se dan cuenta… —pensó un segundo con un dedo en el aire— te la voy a cobrar, Rafa. Te la voy a cobrar, y se pudre todo.

—Si se dan cuenta, decís que fue un error y que fue mi culpa. O de otro, qué sé yo. Sos gobernador, hermanito. Podés hacer lo que quieras.

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