97. Vieja usanza

17 de marzo de 2024 | Marzo 2024

No eran ni siquiera las cuatro de la tarde cuando a Elvira le saltaron el paredón a la calle, justo cuando ella estaba lavando vajilla en la cocina, desde donde tenía vista al jardín intermedio y a la puerta. No llegó a esconderse, y los ladrones, en apenas segundos, estaban dentro de su casa. Se trataba de dos pibes que apenas serían mayores de edad. Uno de ellos, encargado de vigilar que ella no pidiera ayuda, se veía un tanto nervioso; el otro, en cambio, revolvió apurado cada cajón de la casa hasta encontrar alguna joya de baja calidad y algunos miles de pesos. Además, se llevaron la billetera y el celular de Elvira.

Apenas unos minutos después, Elvira volvió a estar sola en su casa, aunque algo de aterrada por haber sido apuntada con un revólver. Todavía con el corazón retumbante, usó el teléfono de línea para llamar al 911. Hubiera preferido llamar directo a la comisaría sampedrina, donde conocía al nieto de una vecina de la vuelta, pero tenía agendado el número en el celular.

 —Novecientos once, buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarlo?

—¡Me acaban de robar en mi casa! —contestó ella un tanto exaltada.

—Dígame, señora, ¿dónde vive?

—Las Heras y Chivilcoy, justo en la esquina.

—¿De qué localidad?

—De San Pedro —contestó Elvira, que imaginaba que su teléfono se comunicaba directamente con la comisaría de su zona.

—Dígame qué pasó, y si usted se encuentra fuera de peligro en este momento.

—Me robaron, entraron en mi casa y me robaron. Eran dos, flaquitos, chicos. Casi del colegio.

—¿Está fuera de peligro? —repitió la pregunta el telefonista.

—Sí. Creo que sí. Se fueron ya. ¿Van a mandarme un patrullero?

—Estoy viendo eso. ¿Para cuándo lo querría, señora?

—¿Cómo para cuándo? Ahora. Ya mismo lo quiero —se indignó Elvira y abrió un brazo con una palma al techo.

—Bien, déjeme ver la disponibilidad… —se demoró algo más de un minuto—. A ver, ahora no tengo nada. En San Pedro quedaron a pie los policías porque los móviles fueron a Rosario. Tengo en Zárate y Areco, pero recién para dentro de cuatro horas podrían llegar, porque allá también hay faltante. Si quiere le puedo mandar oficiales a pie.

—¿A pie? Pero no los van a atrapar nunca, si estos malandras ya se fueron de mi casa.

—Y bueno, señora, estamos a la vieja usanza. Si no le parece, puede acercarse usted a la comisaría de su ciudad para que le tomen la denuncia, pero seguramente en ningún caso van a encontrar a los delincuentes, eso se lo puedo casi asegurar. A no ser que los pueda ubicar usted de alguna manera…

—Dejá, querido, gracias —contestó Elvira donde su “querido” sonó más a reproche que otra cosa, y cortó el teléfono. Prefirió, entonces, salir a buscarlos en su bicicleta con un palo de amasar y un tramontina, por si la cosa se ponía picante. Además, por las dudas, llevaba una tarjeta de crédito que había sobrevivido por no soler guardarla en la billetera, cosa de, si no encontraba a los maleantes, ir a comprarse un celular nuevo y unas facturas para tomar unos mates y pasar el mal trago.

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