Sonó una sirena, como alarma de incendio, y de golpe, en todos los pabellones aparecieron los milicos, pero ahora vestidos de negro, y nos sacaron a palazos hasta el patio. Serían las seis de la mañana, una cosa así, que a esa hora casi todos están durmiendo, entonces es más difícil reaccionar. Preguntábamos qué pasaba y nos contestaban que nos calláramos la boca, que camináramos si no queríamos terminar en el buzón.
Cuando estuvimos en el patio nos hicieron arrodillar con las manos atrás de la cabeza, como si fuéramos prisioneros de guerra. Ahí pude ver que los uniformes de los milicos tenían un escudo a la altura del corazón, con un dibujo parecido al del Servicio Penitenciario Federal, bordado en azul. Y atrás, en la espalda, decía Penitenciaría Marcos Paz.
El Coyote Ávalos, un poronga del penal, que no estaba acostumbrado a que lo saquen así del pabellón, y sin ponerse de rodillas como el resto, se plantó:
—¿Qué mierda les pasa, Ordóñez? —le dijo a un milico—. ¿Qué hacen disfrazados así?
Ordóñez le pegó un palazo y lo sentó de culo. Entre él y otros milicos más, se lo llevaron directo a buzones. Justo después, entró un tipo de traje, casi pelado y todo trabado, acompañado por otro más. Le dieron un micrófono y empezó a hablar:
—Buen día, angelitos —se rio—. Tengan ustedes el placer de ver ante ustedes a Víctor Ferrari, nuevo dueño de este nido de ratas. A partir de ahora, las cosas van a ser distintas. Lo más importante acá adentro va a ser el trabajo. Acabo de cerrar mis fábricas de ropa y vamos a traer las máquinas para que puedan empezar a producir cuanto antes. Este patio ahora va a ser una fábrica. Van a ser mínimo diez horas diarias de trabajo…
El pelado paró de hablar y se acercó a un milico para marcarle que el Chino Gómez había bajado los brazos. El milico se acercó, le dio un palazo y se lo llevó a la rastra. Después siguió:
—Les decía, van a trabajar mucho, pero ya no van a cobrar nada. Ni las migajas que ganaban antes. Tómenlo como parte de la condena que les toca por ser unos hijos de puta, ¿eh? La escuela va a seguir estando, pero nomás que la primaria. Y vamos a ampliar la zona de buzones y castigos, ¿está claro? Se les terminó la joda, pedazos de mierda. Las visitas son solamente para los que se porten bien y tengan producción casi perfecta. Teléfonos y todo eso, afuera, nada. Ni hablar de facas y cosas así, que se van a incautar en requisas semanales. Cualquier cosa que encontremos, cualquier delito, cualquier cosa que nos sirva, vamos a informarla al juzgado de ejecución que corresponda para que se les amplíe la pena. ¿Alguna pregunta?
Yo levanté la mano y pregunté:
—¿Las calificaciones de concepto y conducta se van a tomar igual que antes? Porque yo estoy cerca de tener condicional, y si cambia, ya no sé.
—Ah, por eso no se preocupen, les vamos a poner a todos siempre la peor calificación, para que estén acá el mayor tiempo posible. Llévenselo a ese también —y me señaló. El puto de Ramírez me pegó una patada de atrás, que no la vi venir, y me dejó tonto. Me llevó a la rastra hasta los buzones, pero antes de que me sacaran del patio llegué a escuchar por el parlante las últimas palabras de Víctor Ferrari—. Ahora son míos, hijos de puta.
