88. Los intocables

12 de marzo de 2024 | Marzo 2024

Las ojeras de Alejandro Davini, presidente hacía apenas meses, daban la pauta de la noche que había tenido. La casa de gobierno era un caos. La sequía, la guerra contra el narcotráfico (que ya había conquistado dos provincias) y la hambruna hacían entrar al país en una de las peores etapas de su historia.

La preocupación tenía tomado el rostro de Davini por completo y le hacía olvidarse de algunas cosas de la vida diaria, como usar calzado antes de salir de la residencia presidencial.

Compartió en su despacho una charla breve con algunos aduladores profesionales y después, con la llegada del último ministro, todo el gabinete y Davini se juntaron en la sala de reuniones.

—Antes de empezar, ya saben cómo es mi estilo, quiero hacer un chiste: ¿Alguien sabe por qué los rabinos chupan el glande del pene de los bebés después de la circuncisión? —hizo un silencio y media sonrisa socarrona para dar tiempo a que su séquito de lameculos contestara algo.

—Porque es rico —dijo una ministra y corrió riesgo de hacerse cargo de un delito sin saberlo.

—No. Por si el chicle de prepucio pierde el sabor —contestó Davini y todos se rieron, aunque algunos no entendieron el chiste y, los que sí lo entendieron, sabían que era malo de cualquier manera.

 Davini, todavía con la sonrisa que le produjo ser festejado, se puso a observar con detenimiento algunos informes y estadísticas que tenía a mano de todo el plano general de gobierno. El resto, solamente lo miraba, a la expectativa de alguna orden.

—Ferreyra —invocó Davini al Ministro de Defensa sin levantar la mirada.

—Sí, Alejandro —se levantó Augusto Ferreyra y comenzó a hablar—. Esta semana logramos contrarrestar los ataques de dos drones bomba de los narcos en el pleno centro de Paraná, al parecer los drones habían sido enviados…

—No, no —lo interrumpió—. Está bien —aprobó asintiendo con una mano suspendida en el aire hacia el ministro—. Eso me imagino que está controlado, confío plenamente. Lo que le quería decir, y es lo que me quitó el sueño anoche… De hecho, les agradezco si comprenden que no esté del todo despierto y atento a ustedes —abrió un brazo a la audiencia para dar a entender que se refería a todos—. Volviendo, te quería pedir Augusto si podés encargarte de una situación… un tanto personal, pero no por eso menos importante para el destino de nuestra nación —se tomó unos segundos en los que apretó los labios, corrió la mirada como si debiera esconderse y, con los ojos un tanto aguados, siguió—. Mi hijo está sufriendo de bullying en este momento. Bueno, ya lo sufría de antes… pero creíamos que una vez que yo me convirtiera en presidente, esto se terminaría, de una vez y para siempre. Aparentemente, no fue así. La situación empeoró. Le dicen que es mi culpa que el país esté en la ruina —con indignación, buscó refugio en las miradas de sus ministros que, compungidos como si asistieran a una masacre, intentaban abrazarlo desde sus asientos—. Por eso, Augusto quería encomendarte, personalmente, que con tus mejores hombres te presentes ahí en el colegio y les demuestres lo que es el bullying.

Ferreyra asintió, serio, aunque le parecía una locura lo que se le estaba pidiendo.

—Quiero que… —Davini buscaba las palabras exactas— los chicos que le hacen eso a mi hijo terminen… desnudos, en el medio del patio. Y que se los humille. Y si las autoridades… o esa porquería de docentes que tienen —se le notaba el enojo en el ceño—, intentan detenerlos, que también sufran el mismo bullying que siente mi hijo.

—Cómo no, Alejandro. Ya convoco a los mejores hombres de las tres fuerzas para la tarea.

—Gracias, Augusto. Entonces, bueno, ahora si les parece me tiro una pequeña siesta. Veinte minutos, media hora, y después nos volvemos a reunir aquí para resolver estas cuestiones. ¿Les parece? —y sonrió, como si no existiera una respuesta negativa posible.

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