87. Herencia regalada

12 de marzo de 2024 | Marzo 2024

Aníbal había empezado desde abajo en su vida. Su padre, Rómulo, un correntino venido a buscar un futuro mejor, en un principio cargando bolsas en el puerto y, cuando su trabajo empezó a ser realizado por grúas, logró convertirse en basurero. Su madre, Clorinda, ama de casa, era poco cariñosa y rígida como una pared.

Los primeros veinte años de Aníbal habían estado cargados de carencias materiales.  Logró terminar el secundario mientras era cadete de la farmacia de la avenida, la más grande del barrio. A los veinte renunció cuando el Tano Righetti, encargado de mantenimiento del club, le consiguió un laburo como chofer de taxi. Sacó la licencia de conducir correspondiente, y su calidad de vida comenzó a mejorar.

A los veinticinco, con mucho esfuerzo y algo de deuda, compró el auto que manejaba. A los treinta y dos, compró otro más y contrató un chofer. A los cuarenta y cinco ya eran cuatro los coches a su nombre y, a los sesenta y cinco, siete autos conformaban su flota. Tenía una hija, Irene, de treinta años, arquitecta, y un hijo, Lucio, de veintisiete, cerca de recibirse de ingeniero. Ninguno de ellos había sufrido las mismas condiciones económicas que su padre durante la juventud.

Aníbal, que hacía varios años que no necesitaba manejar para comer, salía con un taxi por placer, para recorrer nomás y de paso, claro, hacer unos pesos. A veces no buscaba viajes, aprovechaba y se iba al conurbano para ver cómo era de aquel lado. Le interesaba saber cómo vivía la gente en peores condiciones que él; como si de esa manera se transportara a su infancia y juventud.

Un jueves, después de salir con el auto, aprovechó que la familia se encontraba entera para la cena en su casa y anunció:

—Voy a regalar los coches y sacarme la jubilación—lo dijo serio, con la mirada clavada en el mantel.

—¿Qué? —preguntó Mabel, su esposa.

—¿Qué decís, pa? —agregó Lucio—. Es joda, ¿no?

—No. Ya encontré la gente para dejárselos —no miraba a nadie, como si le estuviera contestando a la radio desde adentro de ese Renault 12 con el que había empezado a trabajar hacía cuarenta y cinco años.

—¿Y cómo vamos a vivir? ¿A ver? —Mabel hizo pose de reproche con un brazo en jarra y la otra mano aferrada al respaldo de una silla.

—De las jubilaciones.

—Pero vendelos, por lo menos, pa —agregó Irene—. ¿Cómo los vas a regalar?

—La decisión está tomada.

—Pará un poquito, viejo —Lucio ya mostraba su enojo—. Primero que esos coches eventualmente iban a ser nuestra herencia, es lo único que tenemos para repartirnos. Y, segundo, me venís diciendo hace años que en el 2026 iba a salir de circulación el Fiat y me lo ibas a dejar a mí para que lo use yo.

—¿No se te ocurrió pensar que no es solo tuyo todo eso? ¿Que tenés una familia? —atacó Mabel.

—A quién le importa el futuro. Arreglensé ustedes, o aprendan a hacerlo —contestó Aníbal mientras se levantaba de la mesa, agarraba las llaves del Volkswagen y salía por la puerta, para manejar un rato más. 

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