82. Materia a marzo

5 de marzo de 2024 | Marzo 2024

Para su primera sesión de terapia, Marisa Ocampo se preparó como si se tratara de un evento organizado por su fundación un viernes al mediodía con el fin de recaudar fondos, esos de los que participaban personas más poderosas que ella y Ignacio, su marido.

Es que no sabía cómo debía presentarse una persona frente a su terapeuta, pero sí creía que lo importante era causar una buena primera impresión. Y, para lograrlo, ella acudía siempre a la misma táctica: vestido ajustado que dejara ver sus piernas y una capa de maquillaje extra del de todos los días.

—Hola, querida, ¿cómo estás? —saludó a su psicóloga, Connie Salguero.

—Marisa, ¿qué tal? Pasá por favor. Tomá asiento —la recibió en su consultorio, prácticamente a estrenar, con un sillón por demás cómodo frente a un ventanal con vista al jardín.

—Bueno, bien. En general, bien, querida —Marisa Ocampo sonreía falsa—. A ver… —se quedó callada con la mirada perdida unos segundos durante los cuales pensó cómo articular su discurso—. Bueno, empiezo contándote: el otro día, el viernes de la otra semana, Ignacio, mi marido, se fue a trabajar. Tiene una consultora, trabaja para políticos. Y yo estaba esperando a mi visita.

—¿Qué visita? —interrumpió Connie porque pensaba que la presencia de su voz lograba, de alguna manera, descontracturar la tensión del primer encuentro.

—El profe… mi profesor de portugués. Es un morocho hermoso, mirá te muestro una foto —quiso sacar su celular pero la psicóloga la detuvo.

—No, no. No es necesario, contame nomás — resolvió Connie con una mano en alto.

—Bueno, vos te lo perdés. Entonces suena el timbre, estoy yendo a abrirle, en bata y con lencería abajo, como para… sorprender, ¿no? Y cuando paso por la puerta de la pieza de Agustín, mi hijo, y lo veo en su escritorio, leyendo. “¿Qué hacés acá?”, le pregunto —Marisa alzó los hombros—, porque él ahora que terminó el secundario empezó a trabajar en la consultora del padre. Y me dice que ese día se había quedado estudiando, que tenía que rendir lengua que se la había llevado marzo. “Quedate acá estudiando”, le digo y le cierro la puerta. Pero ya me daba cosa estar con Joao si estaba Agustín en la casa… Igual, bueno, ya había llegado, así que dije “le abro y hacemos de cuenta que hablamos portugués”. Lo llevé al living y me enseñó algunas palabras. Más aburrido el portugués…

—¿Y a vos qué te produce esa situación? —preguntó Connie como para hurgar en las posibles contradicciones de la paciente.

—No, nada… El problema es que en un momento estaba un poco destapada, con mi pie amasándole la entrepierna a Joao mientras él me decía “feijoada”, “garota”, no sé qué cosa, y entra Agustín y nos ve… Armó un escándalo el pendejo.

—¿Cómo se sintió él?

—Qué sé yo, se puso del lado del padre como siempre —revoleó una mano al costado.

—Ajá… si tuvieras que definir tu conflicto, en términos psicológicos, ¿cuál dirías que es? —preguntó Connie que tenía apenas tres años de recibida.

—Nada. No sé. Yo lo que quiero es que me ayudes a pensar excusas nuevas o algo así. Como no le puedo decir a mis amigas porque imaginate que se enteran Nacho y el country y la mar en coche, dije bueno, voy a terapia con esta chica del club que parece buena —y le guiñó un ojo en señal de complicidad.

—Claro. Yo en eso no puedo ayudarte. Capaz te puedo pasar otra terapeuta que sí aconseje estas cuestiones —contestó Connie que, aunque no era su objetivo, ahora sabía información que, a su amante, Ignacio, podía interesarle.

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