75. Diferencias, sí… pero razonables

22 de febrero de 2024 | Febrero 2024

—Muchísimas gracias, Pedro, por presentarte a la entrevista —sonrió falsa Jazmín, la encargada del nuevo local de cafetería yanqui—. Acá lo que mandaste dice que trabajaste ya en bares en oportunidades anteriores.

—Sí —contestó Pedro con su pelo casi recortado para que no se notaran sus rulos—. Pero siempre en la cocina. Nunca trabajé de mozo ni nada.

—Ah, claro. Nosotros justo acá ya tenemos cubierto el sector cocina —se sinceró ella—. Y, la verdad, no quiero que te enojes, pero para mostrador y ventas estamos buscando a alguien más… —apretó los labios en una cara de lástima más falsa que billete de tres pesos—. Más clarito, viste. No te lo quería decir así, en serio. Es… como quieren los dueños, yo la verdad… me parece horrible. Horrible. Pero, como te digo, no es mi decisión. Yo, te juro, por tu currículum…

—Tranqui, tranqui, no pasa nada —la interrumpió Pedro, generoso en su actitud, escondiendo, como un buen actor, el malhumor que le producía la respuesta; hasta parecía relajado—. Es cosa de todos los días…

—Ay, no, pobrecito —Jazmín no podía salir de su falso lamento y se puso una mano en el pecho al momento de exagerar—. Esperá, sos el único que vino que tiene experiencia, voy a preguntar… ¿te parece que vaya a preguntar a ver si pueden hacer la excepción? —preguntó al final entregándole toda la responsabilidad a Pedo.

Él, que en realidad era introvertido, tímido y que siempre negaba, por cordialidad, propuestas que demandaran un esfuerzo extra de la persona que se ofrecía, de tan falsa que le parecía la encargada, cambió su respuesta justo antes de emitirla:

—Bueno, dale. Dale, me viene bien, a ver si esta vez tengo suerte —y sonrió.

Jazmín, con seguridad, abandonó la silla en la que estaba sentada y dijo que ya volvía. Fue a esconderse unos minutos de la vista de Pedro y volvió con la mala noticia de que no había suerte.

—Pero vos… cuando mandaste tu currículum, ¿estabas un poco aclarado, no? —preguntó Jazmín señalándose el rostro.

—No, pasa que había una luz blanca que era bastante fuerte y ahora justo volví de vacaciones en la playa, estuve bronceándome —mintió.

—Claro, te re entiendo, me re pasa —dijo Jazmín, a esa altura diagnosticable como mitómana—. ¿Nos lo habías mandado por Laborland, no? El currículum.

—Sí.

—Ah, pero fíjate… Pasame tu celu así te ayudo con la búsqueda —Pedro la miró raro pero accedió—. A ver… Acá le podés definir todo, mirá —y le mostraba—. Tenés para elegir color —lo miró y eligió un marrón en una gama predeterminada—, raza, religión, que ya le completarás, orientación sexual —y le marcó homosexual—, y mirá, tenés barrio de residencia, equipo de fútbol…

—Pero… me pusiste homosexual.

—Sí. ¡Qué, no…? —Jazmín quedó titubeando.

—No. No soy homosexual —contestó él, ya serio.

—Uh… Perdón. No, te juro. Es que estoy con la cabeza… —abrió las manos a los costados de sus sienes como si el gesto completara la frase—. No, a mil. Igual, te juro, parecés. Capaz podés intentar alguna cosa como para… Bueno, no sé, pero… Eso.

—Ah, ¿es porque creías que era gay que no me ibas a tomar? —se ilusionó apenas Pedro, a ver si eliminando esa variante recuperaba chances.

—No, no. Acá gays sí tomamos, pero negros no podemos. Es Palermo, perdón —volvió a mentir la disculpa, ahora más resolutiva.

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