74. …que los pobres coman pan

22 de febrero de 2024 | Febrero 2024

(viene del 71)

Enterarse de la toma de la fábrica era la peor noticia que podían recibir los primos Garzón en ese momento. La medida los tomaba por sorpresa y no se habían preparado como para un escenario sin producción, pero con caídas de contratos por su incumplimiento.

Alfredo Garzón, el más bajito de los dos, ya casi del todo pelado, se levantó como apurado de su sillón y sacó una botella de whisky de un armario en cuanto los entrevistados para los puestos vacantes salieron.

—¿Sos loco? Eso vale una fortuna —le contestó Jordán Garzón, el más alto de ellos y que conservaba pelo, aunque cargaba más sobrepeso—. Guardalo y vení.

Los dos sentados en sus sillones nuevamente, escoltados a los costados por Mario Estévez y Lisandro “Toro” Lizarraga, directores de la empresa que la dirigían con los dueños, se prestaron a escuchar a Tadeo Pomar, el encargado y mensajero.

—¿Qué quieren para devolverla? —preguntó Jordán.

—Fijar un salario mínimo para todos y cobrar todos por igual. Una negociación conjunta e iguales condiciones.

—Dígales que no —contestó rápido Alfredo—. Que se van a tener que enfrentar a la policía que vendrá mañana. Y si no viene, contrataremos un ejército que los haga mierda por delincuentes. Que la fábrica es nuestra.

Tadeo Pomar miró a Jordán, como si le pidiera la aprobación a lo que su primo había ordenado.

—Algo así, pero con otras palabras. Y aclará que se van a quedar sin trabajo todos —agregó Jordán, tranquilo.

El silencio dentro de la oficina era tan fuerte que se hacía sentir mucho más que las máquinas, apagadas hacía media hora con el inicio de la medida de fuerza. Estévez y Lizarraga habían salido para empezar a comunicarse con proveedores y clientes importantes e informarles la leve demora en la recepción y la entrega de productos venidera. Mientras tanto, Alfredo se comía las uñas y cada tanto salía a destruir el silencio caminando alrededor de los sillones y en el sector que ocupaban los entrevistados. Jordán pensaba con la mirada clavada en el suelo.

Volvió Tadeo Pomar y, detrás de él, Estévez y Lizarraga, que no querían perderse las noticias.

—Dicen que no aceptan las condiciones —anunció Pomar—. Que si la idea es sacarlos por la fuerza… van a pelear, y por lo que yo vi, hay gente del barrio que no es empleada nuestra. Además… pusieron trabas en las máquinas en puntos estratégicos que, en caso de encenderse, las destruirían a todas —escondió los labios en su boca un segundo y abrió la boca como para seguir pero se contuvo.

—¿Algo más? —preguntó Jordán Garzón que se dio cuenta.

—Bueno, creen que si a los dueños no les gusta la idea pueden irse a otro lugar y ellos quedarse con la fábrica, que no hacen falta ni siquiera los directores.

—Y usted le creyó, Pomar —se burló Alfredo, que se levantó para hablarle cerca del rostro—. Usted es un imbécil. ¿Cómo van a hacer ellos todo lo que hacemos nosotros?

—En realidad sí pueden —se metió Lizarraga, contradiciendo a su jefe—. Salvo la parte de contactos y el manejo de negocios, lo que es producción lo hacen ellos y ya está probado que existen fábricas sin empresarios.

—¿Cuánto te ofrecieron, hijo de puta? —preguntó Alfredo a Tadeo Pomar apretando los dientes y luciendo una sonrisa violenta.

—Tenemos que quebrarlos —sugirió Estévez.

—Esta vez estamos perdidos —contestó Lizarraga—. Ahora hay que ceder. Los clientes dicen que nos abandonan si no, y morimos de cualquier manera.

—Bueno, vamos a darle la igualdad de condiciones que pidieron —empezó Jordán.

—¡No! —gritó Alfredo—. No, ¿por qué, Jordán?

—Porque no estamos preparados —contestó su primo, tranquilo—. Convoque a los líderes. Solamente dos o tres, no más. Tendremos que negociar sus voluntades. Al mismo tiempo —y se dirigió a Estévez y Lizarraga—, vamos a preparar listas de personas para despedir y un escenario donde nunca nos falte stock para vender.

—Vamos a parecer unos cagones —se quejó Alfredo.

—Un poquito cagado estoy —contestó Jordán, aunque no se entendió si lo decía en serio o no—. Si nos exponemos al riesgo de que rompan las máquinas es un problema mayor; y si se organizan para pelear perdemos tiempo, dinero y producción. Esta vez ganan ellos. Las próximas, nosotros.

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