El comisario estaba preocupado. Necesitaba ordenar un poco las cuentas de la caja negra de ingresos porque. entre tanto ajuste y falta de partidas que antes podían acomodarse a su gusto, había perdido en calidad de vida y no paraba de quejarse de lo que su familia le hacía gastar. Después de dedicarle muchas horas en la comisaría al tema, en las cuales escuchó opiniones de todo su personal a cargo, el comisario tomó la propuesta del oficial Gómez:
—Comisario, yo… estuve viendo, ¿vio? Y vi que hay algo donde podríamos recortar —con una mano sujetaba el pulgar de la otra, como escondiendo los nervios ahí. El comisario solamente lo miraba, como esperando la propuesta concreta—. Tenemos que pasar todo el rubro gastronomía a uno solo.
—¿Cómo dice, Gómez?
—Generar un monopolio, comisario, como está de moda ahora. Pasar todos los puestos de chori y los heladerita de bebidas de marchas, costanera, carnaval y eso, a uno solo. Y… bueno, también podemos comprar nosotros al por mayor, ahí en la fábrica directamente y nos quedamos casi toda la ganancia y sacamos más diferencia.
—Me gusta, Gómez. ¿Cómo lo hacemos?
—Bueno, ahí… mi hermano es uno de los que estaba en esto, si quiere puedo ver qué dice —se encogió de hombros como para no prometer, aunque sabía que se estaba jugando el éxito o la derrota y, quizás, no haber presentado ninguna idea no lo hubiera expuesto—. Que arme alguna pelea con los otros, que se arme revuelo y tenemos ahí la excusa para dejarlos sin puestito ni heladerita.
—Perfecto, Gómez, encárguese de organizarlo y se gana un ascenso.
El hermano de Gómez, de apellido Albornoz, cuando escuchó la propuesta no tardó en rechazarla.
—Ni en pedo —sentenció Albornoz—. Decile al puto de tu jefe que ni en pedo.
—No puedo decirle así…
—Bueno, adornala un poco —dijo Albornoz, en cuero en la cocina, después de pitar el cigarro—. Me voy a comer el garrón yo de tener que pelearme con todos los demás, que encima son pulenta, ¿o te pensás que van a agachar la cabeza y se van?
—Yo te defiendo.
—Se va a notar, boludo. Se van a dar cuenta de que me están bancando a mí y, en una de esas, también de que sos mi hermano. Aparte, ¿cómo hago yo para hacer que funcionen todos los puestos de chori y paty y las gaseosas y birras? Es un montón.
—Podés poner gente tuya…
—¿Vos estás en pedo? —gesticuló para acompañar la pregunta—. Me voy a comer el quilombo con los muchachos porque se van a quedar sin el mango y con los clientes porque no van a tener lo que esperan porque es un quilombo. Decile al comisario que la reparta, que se la banque. Y si nos quiere convencer de que le aumentemos la cuota, que lo plantee con todos y nos convenza, pero yo no me voy a comer el garrón de ser mulo suyo para que la saque a cenar a la amante este cornudo hijo de puta.
—Pero te estoy ofreciendo un negoción, y todo para vos. Haceme caso, agarrá, no la dejes pasar.
—No, hermano. Me estás ofreciendo un problemón. Voy a quedar como un sorete y encima traidor. Gracias pero no.
Albornoz salió de la cocina y Gómez vio su plan brillante apagarse en lo negro de la noche.
