Después de semejante derrota, Juan había decidido que lo primordial en ese momento era tomar una gaseosa juntos para pensar lo que había sucedido, lo que tenía que haber sucedido, y lo que sucedería. Ariel prácticamente lo ignoraba, la estima que sentía por Juan minutos antes se había desmoronado. En cambio, la actitud de Juan, en lugar de aferrarse a la altanería de minutos antes, ahora parecía casi un empleado de Ariel; algo un tanto triste considerando que tenía casi veinte años más.
—Estuvimos mal los dos —dijo Juan casi sacudiendo la coca en la mano derecha—. Porque cuando ellos cantan el envido envido, nosotros ahí ya teníamos que haber dicho que no. ¿Vos cuánto tenías?
—Veintiocho —afirmó Ariel con la mirada en la alfombra.
—¿Con veintiocho…? —Juan no terminó la frase porque Ariel lo miró con cara de culo.
—Y si vos me dijiste que tenían “veinticuatro, veinticinco” —lo imitó burlón—. Yo pensé que lo había visto —le echó la culpa.
—No, claro… Bueno, pero no importa. También el forro del que estaba ahí parado al costado podía haber dicho “match point” o algo así… Bueh, no te preocupes —le puso una mano en el hombro.
—Yo ya había avisado a familiares y amigos que me había ganado la plata —confesó Ariel.
—¿Eh? ¿Y cómo? Si el torneo no había arrancado.
Ariel no contestó nada, pero se notaba que tenía una mezcla de vergüenza y enojo adentro. Juan le quiso pasar la coca pero hizo un gesto de no querer con la cabeza y los ojos cerrados.
—Tranquilo, veamos ahora con quién nos toca jugar, pero tenemos que sacar los tres puntos esta vez, seguro. Y con diferencia de gol —aseguró Juan para animarlo.
—¿De puntos?
—Eso.
—¿Qué pero hay más partidos? ¿No era eliminatorio?
—No, pendejo, es un torneo de truco. Se juega todos contra todos. Si no, ¿qué? ¿Le van a dar la guita a estos gauchos matados de hambre? —dijo Juan y a Ariel se le iluminó otra vez el rostro—. Vení, pibe, vamos a ver contra quién nos toca ahora.
Ilusionados los dos se acercaron hasta el estrado del presidente de la Cámara de Diputados quien, en ese momento, había dejado la tarea parlamentaria para hacerse cargo del campeonato de truco.
—Disculpe, señor presidente —dijo Juan desde abajo, pero el presidente estaba ocupado relevando algunos resultados.
—Señor, señor —agregó Ariel, ansioso.
El presidente les levantó una mano como pidiendo tiempo y recién unos minutos después se dirigió a ellos.
—¿Qué pasa?
—¿Qué tal, señor? —saludó Juan—. Nosotros somos la pareja diecisiete y queríamos saber ahora cómo sigue nuestro grupo.
—Diecisiete, diecisiete… —los buscó en una hoja el presidente—. Ah, sí. Acá está. Están descalificados.
—¿Cómo descalificados? —Juan se alteró y Ariel prácticamente se desmoronó de nuevo.
—Sí, ustedes perdieron. Pasó la pareja cuarenta y tres.
—¡Pero esto es un torneo de truco! —gritó Juan—. Tiene que ser todos contra todos, ¿qué es esta pavada?
El presidente agachó la cabeza apenas para mirarlo por encima de sus anteojos un segundo y luego se dio vuelta hacia un costado, buscó algo y arrojó una pila de hojas en el mostrador.
—Tome, el reglamento. Está publicado en internet y además les fue enviado a todos los participantes por correo al momento de inscribirse.
—¿Pero vos no te habías fijado esto? —Ariel le recriminó ahí mismo—. Vos dijiste que sabías cómo se manejaba todo.
Juan se quedó callado, negó con la cabeza y los brazos en jarra. Ariel, por su parte, empezó su camino hasta salir a la calle.
