Karen terminó de preparar las milanesas, las últimas que quedaban del kilo que había comprado el mes anterior, y había preparado un puré con las papas de oferta y la leche que empezaba a oler un poco rancia en la heladera. Quedaba manteca, pero eligió guardarla para que le salvara otro plato. Después de poner la mesa con Renzo, llamó a los chicos:
—¡Luca, Camilo! ¡Está la cena!
Luca, de quince años, y Camilo, de trece, después de dos minutos y otro llamado de por medio, llegaron al comedor.
—¿Qué pasa, ma? —preguntó Luca.
—Siéntense a comer. Los estamos esperando acá con su padre —contestó Karen, aunque Renzo ya estaba masticando.
—No queremos comer —contestó Camilo.
—¿Por qué? Si les hice milanesas con puré —Karen abrió grandes los ojos.
—Porque estamos hartos de que ustedes se anden quejando de que ay, con este gobierno nos va mal, somos pobres —Luca usó un tono burlón—. Javo está haciendo un esfuerzo enorme para ajustar a la casta y ustedes no paran de atacarlo.
—Sí, coman ustedes, que les hace falta se ve, así no molestan más —agregó Camilo que, en lugar de mirar a sus padres, miraba el plato servido.
—¿No tienen hambre? —se sorprendió Karen—. Ustedes que morfan como locos.
—No, ma. Nos sacrificamos para que coman ustedes —aseguró Luca, parado al lado de la silla.
—Pero tienen que comer, chicos, están creciendo ustedes —rogó Karen.
—Negra, dejalos, ya fue —dijo Renzo—. Que no coman y listo, hace tres años que me quiero comer dos milanesas juntas.
—Aprovechen que hay milanesa —hizo un último intento Karen, que se había servido la más chica, como siempre.
—Basta, mamá —la cortó Luca—. Acordate la próxima vez que hables del Javo, de decir que te podés comer dos milanesas.
—Vos no me vas a decir a mí lo que tengo que pensar, pendejo —contestó Renzo—. ¿No te vas a sentar? —le preguntó a Luca, que negó con la cabeza—. Tomatelá, entonces.
—Bueno, yo un pedazo me como —se convenció Camilo y se sentó a la mesa.
