—Vení, Tomi. Vamos a ver el arbolito que nos mandó papá desde Estados Unidos para que armemos este año —Josefina convocó a su hijo desde el living con una caja enorme en el piso que acababa de recibir de una entrega. Era la primera Navidad que iban a pasar sin su padre. A Tomás le habían dicho que su padre no iba a estar porque tenía unos negocios que atender en Texas, que no se sabía cuánto tiempo estaría ahí.
—¿Nos lo mandó papá? —preguntó Tomás, de ocho años, cuando se acercó en pijama y medias.
—Sí, gordito. A ver, abrilo —ordenó Josefina y empezó a filmarlo con el celular.
—¡Es un arbolito re loco! —dijo Tomás y se rio nervioso.
Empezó a sacar partes de lo que parecía ser un maniquí humano, de color verde, con varias ramas que emergían de él para colgarle los adornos y guirnaldas. Empezó a armar al hombre árbol y, al sacar la última pieza, la cabeza, se emocionó:
—¡Tiene la cara de papi!
—¿En serio? —preguntó Josefina, que no conocía esa sorpresa.
—Entonces sí va a estar con nosotros esta Navidad, mami.
—Tenés razón —contestó Josefina que, a esa altura, siempre lo había mirado a través de la pantalla.
—A ver qué hay acá… —Tomás se asomó a la caja del arbolito—. ¡Son cosas para ponerle!
Tomás empezó a sacar los adornos de arbolito que su padre había enviado. Josefina hizo zoom con el celular a lo que su hijo sostenía.
—¿Qué es eso, Tomi? —preguntó ella, bajó el teléfono y se acercó—. Mirá lo que te mandó papá… Rubíes, esmeraldas, diamantes… Plata, oro —se embelesó con los adornos del árbol que había recibido—. ¡Mirá este diamante negro, Dios mío!
Tomás la miraba sonriente, aunque no entendía bien de qué se trataba la alegría de su madre. A él le gustaban las formas, los birllos y los colores.
—Empezá a ponerle al arbolito, Tomi —ordenó Josefina y volvió a filmarlo los primeros minutos. Después, se echó en el sillón, entró a Instagram y se desentendió de su hijo.
—Mirá, mami —convocó su atención Tomás unos minutos más tarde—. Papá mandó una carta —y levantó en el aire un billete de cien dólares, escrito a mano.
—¿Querés que te la lea? —preguntó ella y estiró una mano.
Tomás caminó los cuatro metros que había entre ellos y le acercó el billete.
—Querido Tomasito: esta Navidad va a ser distinta. Cuando quieras abrazarme, podés abrazar al arbolito. Te va a ayudar a no extrañarme. Y cada vez que veas un billete de éstos, acordate de mí. Te quiero mucho. Papá —leyó Josefina.
—¿Al arbolito tengo que abrazar?
—Andá, hijo. Abrazalo —asintió Josefina, sonriendo.

