—Creo que deberíamos irnos —sugirió Cristian.
—No, pará un poquito. No seas pajero. En un rato te vas con los bolsillos llenos.
—Estás apostándole al veintidós hace media hora y no sale, Jorge. Y es mi plata la que estás perdiendo.
—¡Por eso te digo, boludo! —Jorge se dio vuelta para gritarle—. Ya va a salir. ¿Cuánto puede tardar en salir?
—Capaz que ni sale.
—Bueh. Si vas a arrancar así, andá yendo —dijo Jorge y volvió a mirar la mesa de la ruleta—. Yo después voy para tu casa con toda la plata.
—¿De qué plata me hablás, Jorge? —Cristian gritó en susurro para no llamar la atención—. La concha de tu madre. Me dijiste que sabías cómo hacer para ganar plata con esto y lo único que hacés es apostarle al veintidós.
—Se ve que no entendés —contestó Jorge por encima del hombro—. El veintidós es un número perfecto. Existe una regla matemática que dice que, en la ruleta… Estadística pura, querido, análisis de todo tipo. Científicos del Conicet, todo. Y dicen que es el veintidós.
El crupier, un joven de menos de veinticinco años, intentó contener una risa sin éxito.
—Escuchame esto, Jorge —le dijo Cristian al oído—. Yo me voy a ir al baño. Cuando vuelva, espero que, o hayas ganado todo, o te hayas levantado para que nos vayamos con lo que queda —anunció Cristian.
—Dale, amigo, dale —contestó Jorge, sin prestarle atención.
En la siguiente jugada, Jorge apostó todo lo que le quedaba, que ya no era tanto como al principio. Igual que las veces anteriores, perdió.
—Ya le comimos todo a este boludo —le dijo Jorge al crupier—. Devolveme algunas fichas, así le digo que gané, a ver si le puedo sacar un poco más.
—¿Vos decís? ¿Tendrá más? —preguntó el crupier.
—Sí, seguro que sí. Escuchame, yo le voy a seguir poniendo al veintidós. ¿A vos te sale embocarla clavado? ¿Le podés tirar tres o cuatro veces seguidas el veintiuno? —preguntó Jorge.
—Dale, no hay problema.
—Yo después hablo con el tesorero y le digo que hiciste un gran trabajo —dijo Jorge y guiñó un ojo.
