El presidente pensó en las pastillas, que por eso estaría así. Desde que había abierto el frasco, solamente algunas le habían dado el mismo efecto. Las demás no le hacían nada. O no lo que él esperaba. ¿Le habían cambiado la receta sin avisarle? Ni bien llegó al hotel subió apurado a la habitación para fijarse. Eran las mismas.
Karina intentó abrir la puerta —compartían la habitación—. La encontró trabada y empezó golpear. El presidente se apuró a guardar las pastillas de nuevo en el bolso antes de abrirle.
—¿Qué te pasa que me cerrás la puerta? Si sabías que venía atrás tuyo —se quejó ella.
—No, que… El baño tenía… O sea…
—Estás nervioso. ¿Qué ocultás? Contame que, si no, sabés que igual me voy a enterar —ordenó su hermana.
—Bueno, que… Digamos, me deben haber cambiado las pastillas en el laboratorio y me dieron otra cosa.
—¿Por qué decís? —preguntó su hermana.
—O sea, digo, me pasé todo el viaje en avión que, cada vez que miraba a los candidatos, la cara les cambiaba y se transformaban en otras personas. Algunas que conozco, otras que no. A ver… O sea, me quieren volver loco —asintió fuerte.
—Puede ser que el laboratorio… Pero ahora, pensemos en resolver el problema —sacudió sus manos ella—. ¿Qué necesitás vos ahora, ya?
—Como quince mil millones de dólares —contestó él, honesto.
—Sí, bueno, pero ahora para resolver la presentación de los candidatos. Vamos a lo inmediato —Karina acomodó la conversación.
—¿Una energizante?
—Poder hablar bien ante el público, que no te afecte esto de las caras.
—Ah, en ese… Sí, claro.
—Se me ocurre que podemos ponerle unas caretas de tu cara a ellos, para que suban al escenario con eso puesto. Y que no se las saquen. Si ¿qué importa quién son ellos? —preguntó con mueca de desprecio—. Son tus candidatos y listo. Además, con tu cara ahí… Que sea como tu primer acto de emperador.
—Segundo.
—Bueno… Segundo —cedió su hermana—. Pero, si los diputados ahora que son vos, se ponen tu careta, es como si fueran una extensión tuya que vota en el Congreso. Y también lo puede la gente común.
—¿Usar caretas mías? ¿Como en la película?
—Como en la película. Escuchame —se apuró a resolver ella—. Ya tengo el modelo de la careta y el lugar donde mandarlas a hacer. Las vendemos y nos llenamos de guita —tocó un par de veces su teléfono—. Mirá. ¿Te gusta?
—¡Sí! ¡Sos una genio! —la felicitó él.
—Andá a darte una ducha, así te tranquilizás, que yo voy voy armando el plan —ordenó ella. En cuanto él buscó ropa y se fue al baño, ella cambió el frasco de píldoras del bolso del presidente por otro que traía en el suyo.
