674. Festejo general

13 de octubre de 2025 | Octubre 2025

Hasta entonces se creía que solamente campeonar en un mundial era motivo suficiente para que los argentinos se unieran sin distinciones, al menos hoy en día, que guerras hace mucho no hay y por la última que hubo, en 1982, aún existen compatriotas que casi defienden al bando contrario.

Pero la historia cambió y la unidad regresó para una nueva alegría. Pudieron verse por fin abrazados a cristianos y judíos, ricos y pobres, banqueros y deudores. Algunos abrazos se destacan:

La señora que cocina en el centro de recuperación de adictos a la droga, que compartió un porro con el transa del barrio que le vendió a su hijo hasta llevárselo al otro lado.

El preso condenado por robo con el penitenciario —casualmente hermano de la víctima— justo después de liberarlo del buzón en el que, cinco días antes, lo había encerrado después de una golpiza brutal.

En las familias también, si se abrazaron tanto los hermanos peleados a muerte por haberse cagado partes de una millonaria herencia y los enfrentados desde chicos por haberse disputado cada galletita que había en la casa.

O la palmada en la espalda de la suegra a la nuera tras probarle el tiramisú, que cuenta como abrazo porque más no se le podía pedir a ella, después de veinte años de criticándole la comida a la esposa de su hijo menor.

También la histórica peluquera de barrio y la nueva —apenas diez años menor a pesar de sus aires de novedosa—, que nombró la suya como centro de estética porque también maquilla y pinta las uñas. Con tan poco le había robado clientas.

Hasta el patrón de estancia en las afueras de Berabevú, productor ganadero de tradición familiar, se abrazó con su hijo gay militante por el veganismo que se fue a vivir a Capital Federal.

El bombero cansado de perder compañeros en incendios forestales con el pirómano contratado por un terrateniente para incendiar un bosque porque quiere vender unos terrenos.

Inesperado fue el abrazo entre la hija de militantes desaparecidos de los setenta y el hijo de militar genocida condenado que murió en prisión.

También el policía falopero cubierto de armaduras y armas para apalear a indefensos con el jubilado que, a cuerpo casi desnudo, recibía sus palazos cada miércoles porque no podía comer con lo que ganaba.

Y, aunque no se viera y no se dijera, también se abrazaron el feroz león invencible y el escurridizo pato, que se alegraron de no haber sido el motivo de festejos ajenos.

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