670. Reina

8 de octubre de 2025 | Octubre 2025

Karina estaba sentada en una silla lateral, frente a un micrófono. El presidente de la comisión preguntó por qué no había ido antes. Ella contestaba que había ido, que estaba ahí. Entonces, el presidente se transformaba en un juez, con toga y peluca, y le gritaba desaforado que no había ido en el momento indicado y que la condenaba a la hoguera. Dos hombres la sujetaban de los brazos y no la dejaban mover.

Se despertó agitada, tragando aire como si hubiera pasado los últimos cinco minutos bajo el agua; todavía sentía las manos aferradas en sus brazos. Saltó de la cama y caminó hasta su santuario, que era la forma en que se refería a una oficina personal en la Quinta de Olivos.

Encendió diez sahumerios de distintas fragancias que empezaron a pisarse entre sí. Bailó con uno de ellos en la mano, desperdigando la buena energía que traía consigo.

Mezcló el mazo de tarot. Tiró una carta. Iba a hacer trampa contra sí misma, a darla vuelta y cambiarle el significado, pero desistió ni bien la tocó. Tiró una más. Cerró los ojos. Puteó bajito. Una carta más. La levantó ni bien la vio.

Volvió a mezclar. Tiró una carta, se alegró. Tiró otra y el panorama cambió del todo. Tiró otras seis. Cada una peor que la anterior. Juntó las cartas, encendió un sahumerio más deseando que torciera la energía y, con ella, el destino.

Dejó el mazo a un costado y agarró el péndulo. Le preguntó si le iba a ir bien en la comisión del Congreso que quería interrogarla. El péndulo giró hacia el sentido del “no”, casi como si un viento arremolinado lo guiara.

Preguntó si alguna pregunta la iba a dejar mal parada. El péndulo cambió el sentido casi al instante hacia el “sí”. Preguntó si iba a hundir a su hermano y el movimiento se intensificó. Preguntó si iba a terminar presa y el péndulo se movió tan rápido que la fuerza centífuga lo hizo salir volando de la mano de Karina.

Corrió por el pasillo hasta la habitación de Javier. Entró sin golpear. No se había fijado que eran las tres de la mañana.

—¿No golpeás? —la retó Javier, mientras guardaba su verga erecta debajo de las sábanas y tocaba repetidas veces la pantalla del teléfono para callar los exagerados gemidos.

—Perdón. Es que… Lo de la comisión me está volviendo loca.

—¿Otra pesadilla?

—Lo confirmé con el péndulo y las cartas —se sinceró Karina.

—Vení —dijo Javier y se corrió a un costado para hacerle lugar en la cama.

Karina se acercó hasta él y se subió a la cama. Los dos quedaron sentados, apoyados contra el respaldo.

—Vos sos como una reina acá. Digamos, podés hacer lo que quieras. No hace falta que vayas, o sea, podemos ver de mandar a Guillermo, o que manden digamos, las preguntas escritas y las contestamos.

—Me… —dijo ella y el labio inferior le tembló, se quebró y empezó a llorar—. Son unos hijos de puta.

—Te tiran a vos porque me quieren afectar a mí. O sea, son peor que la mafia. Te prometo que los vamos a hacer mierda —dijo Javier y la abrazó.

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