652. Cambio de roles

21 de septiembre de 2025 | Septiembre 2025

A Santiago le estaba mordiendo el pezón de su seno masculino un cliente en un cubículo del baño del shopping más importante de la provincia cuando se le ocurrió cómo podía resolver su situación económica y dejar de tener dos trabajos y una changa de postitución especializada en fetiches. Era mozo de lunes a sábados en un bar y chofer de plataforma los días que no se entregaba en cuerpo y morbo.

A pesar de tanto trabajo, no le alcanzaba para cubrir los gastos de su vida cotidiana, el préstamo que había sacado su madre para comprarse remedios y el que él había pedido para comprar el auto que manejaba.

Horas antes, en el bodegón donde él lucía vestido con pantalón negro, camisa blanca de manga larga y el pelo bañado de gel, se había sentado a una mesa un cliente cuyo placer era chaparse a su oreja y hasta penetrarle el oído como si se tratara de una cogida.

A Santiago le sorprendió. No recordaba haberle dicho que trabajaba ahí. Lo notó nervioso, las manos le temblaban y se le notaba sudor encima de la boca y en la frente aunque no hacía calor.

Le pidió una milanesa a caballo con papas fritas. Cuando Santiago se la sirvió sobre el mantel, el cliente le agarró la mano y le pidió plata prestada:

—Son… ochocientas lucas, pero te devuelvo ciento cincuenta lucas por mes durante un año —prometió el cliente.

Santiago se rio. No tenía para darle ni cien lucas. Cuando le quiso cobrar la milanesa, apenas tenía la mitad de la plata que costaba. Santiago cubrió el resto.

Fue, a lo mejor, el canino superior del cliente el que se le enterró en el pezón dándole tanto dolor que, de alguna manera, obligó al cerebro a atar cabos sueltos para armarse una soga que lo sacara de ahí.

Al día siguiente, antes de ir al bodegón, llamó al banco donde se depositaba su sueldo. De curiosidad, consultó cuánto le prestaban. Dos días más tarde pidió un cédito por cinco millones de pesos. Una parte pagaría las cuotas del préstamo, mientras la otra trabajaría para él.

Llamó al cliente y le ofreció un acuero privado. “Firmado y todo” repitió como muletilla unas cuatro o cinco veces. Pero el cliente se negó. Ya había conseguido plata por otro lado. Por el contrario, le ofreció plata a él.

Buscó, entonces, gente que necesitara la plata y se comprometiera a pagar una tasa de interés mucho más alta que la del banco. Pero debía ser gente que no tuviera la posibilidad de acceder a otro tipo de créditos.

Finalmente, por medio de un conacto, conoció a Gonzalo, empleado de una empresa que proveía ropa blanca para hoteles, y le prestó a él tres millones. Por la devolución de las cuotas, él recibiría unos diez millones.

El primer mes, le pagó casi toda la cuota. Se había confundido un par de números y por eso le faltaba una parte que tampoco tenía en sus billeteras virtuales. Santiago dijo que no importaba, lo sumaba a la siguiente. Y se fue contento por su nueva vida de prestamista.

Pero a la siguiente cuota, Gonzalo no apareció. Dejó de contestar. En la empresa ya no trabajaba y el conocido que les había hecho de nexo dijo que no sabía casi nada de su vida.

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