646. La clave del éxito

14 de septiembre de 2025 | Septiembre 2025

—Buenas —saludó David, mientras entraba a la casa con el albañil de obra en la mano.

—Hola, mi amor —contestó Brisa, su pareja, que se levantó del sillón cuando lo vio. Miraba la tele donde el noticiero decía que se cumplían diez años de la última elección. Le dio un beso a David.

—¿Cómo andás, Bri? ¿Cómo anda la nena? —preguntó David, mientras se sacaba la campera con la marca de la empresa que lo había contratado en la espalda.

—Bien, gordo, acá… Extrañándote las dos.

—Ya llegué, ya llegó papito. Che, ¿cuándo me fui yo? ¿Hoy o ayer? —David tenía la duda en la expresión.

—Ayer, gordo. Te colgaste en el trabajo —contestó Brisa. Tenía la voz ronca a pesar de su juventud.

—Y, puede ser, sí. Estamos trabajando mucho, eh. Fuerte, fuerte. Y el sol está… Mata. El puente está casi terminado. Después hay que hacer toda la ruta hasta… No sé. Hasta donde termina, me imagino. ¿Y Alma?

—Está durmiendo. Menos mal que ahora hay trabajo, ¿no? —se alegró ella.

—Sí. Somos cantidad. Es tremendo. Y se nota, eh. No viste, hoy decían ahí los ingenieros que somos el país que más está exportando no sé cosa qué en el mundo. ¡El primero! —levantó un dedo al aire y se sentó en el sillón.

—Al final, este tipo el Pelado tenía razón eh.

—Se ve que sí, que había que dejarle decidir a él y todo se ordenaba. Si no somos potencia, estamos ahí nomás —agregó David, sonriente, con una mano levantada en la que el índice y el pulgar estaban a un centímetro de distancia—. ¿Hay algo para cenar?

—Eh, sí… Pero no hay mucho —Brisa entró en la cocina y salió a los tres segundos, con una taza en mano—. Mirá, quedaron algunas arvejas y un poquito de pan, que no lo encontré.

David miró la taza. No había más de veinte arvejas.

—Ah, no, tranqui. Si no, me tomo una de estas pastillas que nos dan en el trabajo, que te sacan el hambre, el sueño, todo —David sonrió de nuevo, esta vez, resignado—. ¿No fuiste al centro de distribución a ver si había algo para nosotros?

—No pude. Nadie me podía cuidar a Alma y con ella… Imposible. Hoy también estuvo terrible. No paró de llorar. Por eso le hice ahí las arvejas, viste, y ahí un poco se calmó.

—¿Tenía hambre?

—Ni idea —contestó Brisa encogiéndose de hombros.

—Sabés lo que pasó —David cambió de tema—. En la obra encontraron a uno que estaba hablando de política contra el Pelado.

—¿En serio? —Brisa se sorprendió.

—Y lo agarraron y se lo llevaron. Uno de los que está en la combi conmigo casi siempre, ¿viste? No lo vimos más. No sé a dónde habrá ido.

—También… Se la buscó. ¿Cómo vas a hablar ahí de eso?

—Ni afuera —agregó David revoleando una mano en el aire.

—¡Más vale! Pero, afuera, de última, es tu vida. Hacelo con carpa. En el trabajo, no da.

—Claro. Igual… Un boludo. De los que no la ven.

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