Sergio y Darío llegaron al taller juntos, igual que cada mañana. A Sergio le quedaba de pasada la casa de Darío y lo pasaba a buscar. Generalmente en moto. Los días de lluvia, como ese martes, en la Kangoo modelo 2008. Sergio le tenía aprecio y lo trataba casi como si fuera un hijo. Darío ya llevaba cuatro años trabajando en su taller.
Cuando llegaban, siempre pasaba lo mismo: levantaban las persianas, Sergio se quejaba de la mugre que había y se ponían a limpiar para ensuciar tranquilos a lo largo del día. Mientras tanto, se calentaba el agua para el mate y sonaba la radio de fondo.
—Sergio, ¿te parece si me mando ahora a la panadería a comprar algo? —preguntó Darío.
—Ponete a limpiar —contestó Sergio después de detener su barrida para mirarlo.
—No, en serio, que me parece que se va a largar con toda —contestó Darío, en la puerta, mirando el cielo.
—Bueno, dale. Agarrá de ahí del bolsillo que tengo cinco lucas para el pan con chicharrón —dijo Sergio señalando la campera.
—No, Checho, vamos con unas tortafritas —reclamó Darío—. Mirá el día que hace.
—Pibe, ¿vos te pensás que yo la cago la guita? —contestó Sergio haciendo montoncito—. Mirá. Por esta vez, por el día, vamos con tortafritas. Vos poné los mil que faltan, después te los devuelvo.
Darío se puso la campera, miró una vez más al cielo, y salió con la capucha puesta.
—Tema economía —introdujo el conductor de la radio—. Ayer salió el dato de inflación del mes pasado. Afortunadamente es solo medio punto, eh. Cero cinco. Así que, una buena noticia para esta mañana. Además, se espera una buena jornada para los mercados.
Sergio escuchó solo esa parte y su cabeza se perdió en cálculos de las últimas compras que había hecho de materiales y herramientas. De las cosas de la casa él no se ocupaba, de eso se encargaba Valeria.
Pensó que en la ferretería lo habían cagado y aseguró adentro suyo que, la próxima, se fijaría en internet el precio que podía valer cada cosa antes de ir.
La lluvia se largó fuerte y a Sergio le dieron ganas de tomar mate. Lo preparó y pasó el agua de la pava a un termo. Tomó el primer mate y, corriendo, entró Darío, empapado y sin bolsa ni paquete.
—¿Y las cosas? —preguntó Sergio.
—Me quisieron cobrar ocho lucas las tortafritas y siete el pan con chicha. Yo tengo mil, nada más, así que no me alcanzó para cubrir la diferencia.
—¡Qué hijos de puta! —se enojó Sergio—. ¿Cómo van a subir así desde… Cuándo compramos? Dos semanas habrá sido la última lluvia. No tienen motivo. Nos quieren cagar, como el de la ferretería.
—Sí, igual sube todo —contestó Darío.
—Bueno, hasta ahora sí. Pero ya no hay inflación. No tienen por qué seguir subiendo así. Son unos chorros. Acaban de decir que… —estaba a punto de citar a la radio como fuente, se sintió engañado y un poco tonto por confiar. Se puso la campera y miró a Darío—. Voy a comprar tortas fritas y voy a aumentar lo mismo que ellos. Tomá mate —ordenó enojado.
