614. La vida boba

13 de agosto de 2025 | Agosto 2025

Ese día sería, para la fábrica, tan importante, histórico, que hasta José, el CEO, se acercó a presenciarlo. Habían convocado a todos los trabajadores que ya formaban parte de la empresa una hora antes del cambio de turno. A las ocho de una madrugada fría y oscura de Tierra del Fuego, en el pálido horizonte aclarado por la promesa de un futuro sol, se recortaban las figuras de miles de hombres que caminaban por la ruta.

José los recibió con un megáfono y una sonrisa inmensa, parado en el techo de la oficina de seguridad y recepción que, con las rejas, completaba el límite del predio.

—¡Esta familia los recibe con los brazos abiertos! ¡Pasen, por favor! Encuentren un lugar vacío y empiecen a copiar lo que hacen los que ya trabajan acá. Si no encuentran herramientas, pueden trabajar con las manos. Los mejores serán seleccionados para otras áreas. Y la comida de pago la van a tener a la salida, en esta misma entrada, no se preocupen.

Los cuerpos pasaban por las puertas a ambos costados suyos y José no podía contener la alegría. Estaba extasiado. Lorenzo, el director de la planta, al lado suyo, mostraba un rostro más cauto, algo nervioso por las caras amargas de los que ingresaban.

José bajó del techo junto con Lorenzo y comenzó su intento de atravesar el río de carne que ingresaba en la fábrica.

—Permiso… Gracias. Per… permiso. ¿Qué te pasa? Dejame pasar, boludo —se enojó con un pibe que le había mostrado los dientes levantando medio labio, en un gesto perruno, por interrumpirle el paso—. Andá, se te hace tarde —le dijo José mientras avanzaba. 

—Disculpá —le dijo Lorenzo al mismo pibe, sin entenderse si lo decía porque lo dejara pasar a él o si se refería al trato que le había dado José.

Pudieron atravesar esos espesos tres metros bastante rápido. Lorenzo, siempre unos pasos detrás de José, intentaba alcanzarlo en su camino a la oficina de administración de la fábrica, desde donde se podía ver la línea de producción de ese sector.

—José. ¡José! —le gritó Lorenzo y lo cazó del codo para que no se le escapara—. Esto va a ser un desastre.

—¿Por qué? Si son casi gratis. ¡Es un éxito! —celebró José, mientras entraba a la fábrica por una entrada lateral.

—Estamos metiendo gente que no sabe trabajar. Y son un montón —le alertó Lorenzo mientras subían las escaleras.

—No es difícil encastrar cuatro piezas de mierda, Lorenzo —contestó José y se dejó de darle la espalda en uno de los últimos escalones para hablarle—. Incluso, si sale mal, es más rentable esto. En una semana, tenemos inundado el mercado. ¡Vamos a tener para exportar! —celebró con los ojos emocionados.

Terminaron de subir la escalera y se sentaron en un sillón frente a la ventana, a contemplar su hormiguero humano en desarrollo. Lorenzo no aguantó los nervios sentado y se paró.

De golpe, abajo sonaron unos insultos, se armó un tumulto arremolinado, y volaron algunos golpes entre cuatro o cinco nuevos trabajadores.

—Esto es para quilombo —lamentó Lorenzo—. No tenían que venir tantos.

—Tranquilo, querido —contestó José, mirando la situación desde la cámara de iPhone, casi riéndose—. Esto es buenísimo. Lo voy a mandar a mis grupos. Uh, mirá ahí también, se están re dando —festejó. 

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