609. Bajo del mar

7 de agosto de 2025 | Agosto 2025

El presidente se sobresaltó en la cama y respiró, agitado, con una mano apretada contra el pecho, como si así lograra reprimir sus violentos latidos. Estaba empapado, pero no podía asegurar que fuera transpiración. Se levantó, se calzó una bata y salió de la habitación. Caminó apenas unos metros por el pasillo hasta la puerta siguiente. Golpeó fuerte hasta que escuchó, al otro lado, la voz de su hermana:

—¿Qué pasa? —preguntó ella.

—¿Puedo pasar? —preguntó con una oreja pegada a la madera.

—Pasá. ¿Qué pasa? —repitió ella, mientras se acomodaba las sábanas para que no se le vieran las tetas.

—Estás bien. Gracias a Dios —se acercó el presidente y la abrazó.

—Ay, ¿por qué? ¿Qué te pasa? —preguntó ella, cariñosa, mientras lo abrazaba.

—Soñé que íbamos al fondo del mar por un acuerdo, una negociación. Un cangrejo presidente de ellos me decía que no quería nada de explotación petrolera, o sea que, si lo hacíamos, se pudría todo. Yo le contestaba que iba a hacer lo que quisiera y él contestó que defendía a los suyos. Pero que, mejor, digamos, podíamos hacer negocios.

—¿Negocios? —su hermana no podía abrir los ojos del todo por el sueño.

—Y ahí me seducía, y empezaban a caer dólares flotando, un montón. Y él decía qure muchas gracias. Y yo le contestaba que no me había comprometido a nada, pero que, digamos, gracias a él por los dólares. Y, entonces él… O sea, digamos, decía que eso habían pagado por vos.

—¿Por mí? —ahí sí abrió los ojos grandes.

—Y aparecías vos, pero… Digamos, turbia, como hecha anguila.

—¿Anguila? Qué horror.

—Digo, sirena —se corrigió, nervioso, asustado—. Una sirena, hermosa, como siempre, pero, o sea, rara. Y yo me asustaba y decía que no te había cambiado por nada, que me devolvieran a… Digamos, a vos. Entonces, ellos decían que cuánto quería por mí.

El presidente se levantó de la cama, caminó unos pasos por la habitación, sintiendo la madera fría en sus pies. Frenó. Se dio vuelta y dijo:

—Contesté que yo era libre, pero me habían convertido en una estrella de mar con culo de mandril, rojo y grande. Y venían con una babosa roja, y me la… O sea…

No pudo seguir. Dos lágrimas surcaron sus mejillas. Después,  retomó:

—Ahí venía un científico disfrazado como de astronauta, con un… Succionador de vergas y te chupaba con eso a vos, o sea, digamos… como que te llevaban para investigarte y torturarte y no sé qué más.

—¡Bueno, basta! Ya escuché demasiado. ¿Me transformo en una anguila de pito en tus sueños? —ella preguntaba furiosa.

—A veces pienso que… O sea, con las pastillas que tomaba, a lo mejor…

—¡No digas eso! ¡No vas a volver a las pastillas! —acusó su hermana con un dedo—. ¿O te olvidaste que los perros te ladraban y te odiaban?

—Es cierto, pero, digamos… —empezó a pedir como un niño, con una mano en la nuca y la vista paseando por el piso.

—Basta, no vamos a discutir esto ahora. Andá a dormir, por favor, que mañana tenemos que ir a la clausura de no sé qué instituto de chorros de la ciencia —levantó ella una mano en el aire.

El presidente, sin emitir palabra alguna, con su rostro somnoliento, se dio vuelta como para volver a su habitación.

—Ey —escuchó una voz dulce a sus espaldas y se dio vuelta—. Para que duermas mejor —dijo su hermana mostrándole las tetas. Él sonrió y salió de la pieza.

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