La ministra llevaba el día entero intentando romper su récord en un juego que le había ofrecido una publicidad de Youtube. Se tomaba algún que otro recreo para buscar información sobre los destinos turísticos más exclusivos de la Argentina, de cara a unas vacaciones que planeaba tomarse antes de las elecciones. Pasados algunos minutos, volvía a su tarea principal. En eso estaba, cuando la puerta se abrió.
—Ahora no, Matilde, que estoy ocupada —se apuró a rechazar interrupciones la ministra, sin siquiera mirar quién entraba por la puerta.
Un hombre de unos cincuenta años, pelo corto, labios finos pintados de rojo, vestido con un disfraz de hada color rosa —tutú en la cintura incluido— y medias de lycra blancas, entró en la habitación. Tenía una varita con una punta en estrella y un maletín negro.
La ministra se levantó del asiento y empezó a gritar:
—¡Auxilio! ¡Matilde! ¡Seguridad!
—No hay nadie, estúpida. No grites. Vengo de Casa Rosada —dijo y mostró un sello en su maletín igual a una insignia que la ministra le había visto al presidente.
—¿Quién sos? —preguntó ella, más tranquila.
—El hada de la política —contestó el hombre—. Pero me dicen Chanchi. Me mandaron a traer unos papelitos a cambio de unas firmas —y abrió el maletín lleno de dólares y algunas carpetas de cartón.
—¿Dónde firmo? —preguntó la ministra, sin dudar.
Chanchi abrió una carpeta frente a ella. Las hojas parecían parte de un contato con membrete del ministerio.
—Ahí, ahí y ahí —señaló Chanchi.
Después de que ella firmara, Chanchi le entregó unas llaves con una cinta que indicaba una dirección, sonrió amargo y saludó. Salió de la oficina, se sacó el disfraz de hada, se vistió con un traje que estaba acomodado en un sillón, se dejó el labial y sacó de un bolsillo el teléfono celular.
La ministra, antes de retomar su juego, decidió contar la cantidad de fajos que había recibido. Empezó a levantarlos y vio, al fondo del maletín, una nota:
«Gracias por elegir a nuestra familia. A partir de este momento, recibirá usted el buen trato de nuestra organización, siempre y cuando guarde silencio (la estaremos controlando). Sepa que hay más billetes por ofrecerle.
«En caso de que decida abandonarnos, denunciar, declarar o, de la manera que sea, atentar contra nuestra organización, no le alcanzarán las lágrimas para descargar el sufrimiento. Por consultas, comuníquese al siguiente contacto: —».
Seguía una firma de un tal Chanchullo. La ministra dio vuelta la nota y vio una foto de sus hijos en el club.
Después de leer el mensaje, volvió a mirar los dólares, largó una carcajada y, entonces sí, empezó a contar los fajos.
