Resolver la pregunta de quién tiene más aguante, si un discapacitado o un jubilado y, al mismo tiempo, ganar dinero en el camino. Al gobierno le había parecido excelente el comentario de la vicepresidenta, en aquel entonces parte de la oposición por decisión del propio presidente, que había dado lugar a que uno de los streamers del gobierno se le ocurriera la idea.
El juego era, básicamente, robado a Gran Hermano —tanto que hasta le habían alquilado la casa a la productora—, pero el público no votaba hasta que quedaran dos, es decir, en la final.
Los demás particioantes debían eliminarse por voluntad propia, cuando se cansaran de vivir en esa casa, en la que casi no recibían alimento y debían pelearse por elementos de limpieza personal.
Entre los participantes habían tres señoras jubiladas y dos hombres jubilados, de los cuales uno vivía, hasta ese momento, en la calle. También había un grupo de discapacidades compuesto por un hombre sin piernas, una adolescente autista, un esquizofrénico paranoide, un sordomudo y una señora con trastorno madurativo.
El presentador era un Santiago situado entre Maratea y del Moro, al que le habían proveían cocaína gratis durante el lapso que durara el programa.
Al mismo tiempo, el gobierno levantaba apuestas de todo tipo organizadas en diversas categorías, entre las que se destacaban las relacionadas con peleas entre los participantes y cuestiones escatológicas.
El premio para el ganador consistía en una pensión extra mensual y un bono para jubilados a pagarse por una úica vez.
La señora con trastorno madurativo abandonó cuando su hijo la fue a buscar. No sabía que ella estaba ahí, en realidad. Acusó al geriátrico de estar entongado con el gobierno en ese lastimoso espectáculo.
El sordomudo se comunicaba escribiendo. Lo hacía siempre hacia arriba, acostado, y les pedía a los demás que leyeran el papel encima sosteniéndolo de sus cabezas, de modo que ninguna cámara pudiera tomar lo que decía.
Una semana más tarde, el esquizofrénico empezó armó una pelea con las jubiladas, mientras jugaban al chinchón. Decía que le tocaba siempre la misma carta cuando sacaba del mazo.
Mientras la atención de los productores se quedaba en la pelea y las apuestas al respecto, el sordomudo, el linyera —ex cerrajero— y el amputado —ex chorro—, se organizaron para abrir la puerta de la casa, donde el hermano del sordomudo esperaba con provisiones y una cerradura nueva.
El tótem de seguridad que debía controlar lo que sucedía afuera de la casa no alertó a nadie. Se defendió diciendo que era su hora de almuerzo.
Para cuando los productores se enteraron de lo que sucedía, la casa ya había sido tomada y tenía cerradura nueva. Con todas esas provisiones, podían aguantar hasta un mes y medio. A cambio de devolver la casa, exigían un aumento en sus jubilaciones y pensiones del cien porciento.
Los productores levantaron rápido apuestas sobre cuánto tiempo aguantarían ahi. Pero no alcanzaba con la plata que entraba para pagar los operativos represivos al movimiento de jubilados y discapacitados que se había armado en la calle.
Además, no tardaron en montar una huerta en el jardín de la casa y había una gallina escondida en un cuarto que les daba huevos. Al gobierno, entonces, no le quedó otra opción que ceder al reclamo.
