573. Pastoreo

11 de julio de 2025 | Julio 2025

La búsqueda en Google le había dado el resultado de que uno de los trabajos mejor pagos de la actualidad era el de pastor de iglesia evangélica. Como en toda profesión, los hay peor y mejor pagos y eso depende de cómo trabaje cada uno. Por eso, Ulises, que ya llevaba un año sin encontrar trabajo y manteniendo a su familia a base de deudas y ayuda de sus padres, decidió anotarse en la Escuela Pastoral de Ángel Gómez. 

La escuela pertenecía a la Iglesia de la Esperanza y la Fe, aunque los fieles la llamaban La Ángel Gómez. Era una de las organizaciones más reconocidas en el ámbito pentecostal. De ahí que fueran los primeros en lanzar al mercado una escuela propia.

La escuela estaba en otra provincia, a ocho horas de la casa de Ulises. Fue difícil tomar la decisión con Cintia, pero ella le decía “es tu sueño, mi amor, tenés que ir”. Ulises desconfió, pero igual le hizo caso.

A pesar de estar endeudado, consiguió un préstamo a tasas impagables con un prestamista de su zona. Pidió el dinero necesario para estudiar un año en la escuela y pagarse el alojamiento en la ciudad. Le quedaba para algunos días de comida.

Ahí le daban un curso que consistía en cuatro materias: oratoria e improvisación, lenguaje castellano neutro, análisis de mercado y estrategias de aporte de fondos. Además, había una opcional que consistía en conocer las sagradas escrituras.

Las clases de oratoria e improvisación solían darse en una sala vacía, de paredes, piso y techo negros. Vestidos, docente y alumnos, también de negro de pies a cabeza.

El ejercicio de improvisación solía consistir en un participante que se encargara de liderar y que el resto interviniera únicamente en caso de servir para una posible escena.

En el curso de Ulises, de doce personas, a él le tocó recién al tercer mes ser quien liderara. A esa altura, él ya había empezado a utilizar técnicas que aprendía:

Pasaba casa por casa solicitando colaboración con la iglesia, a cambio de un vale que, él decía, se podía cambiar por una docena de empanadas en una casa del centro que, en realidad, no existía.

El día que le tocó improvisar, parecía como nacido para el oficio:

—Pero, claro, ¡hermanos! —decía agitando los índices de ambas manos dentro de un círculo que el resto de sus compañeros formaban agachados con los brazos en alto hacia él—. El Señor lo había dicho, según la Epístola de Jeremías: “la justicia social no es más que envidia disfrazada, y eso no es otra cosa que un pecado”, cuando su voz bajaba desde el Cielo.

—¡Eso, eso, eso, Ulises! —alentó el pastor docente—. ¡Dame Génesis!

—Capítulo veintiséis: ¡“El Señor fulminó a los zurdos y a los fariseos”! ¡Los fulminó, hermanos! ¡Génesis! ¡El capitalismo nos ama, hermanos, y nosotros debemos adorarlo! —gritó y empezó a correr por la sala, atropellando a una compañera, que quedó herida, mientras el docente aplaudía.

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