Felipe se despertó agradecido con el sol que entraba por la ventana y le daba casi entero, salvo los pies y media pierna. Sonrió. La noche anterior no había podido dormir casi nada, tras haber pasado por la operación de trasplante y con una fiebre que le molestaba. En cambio, las últimas nueve horas había dormido bastante bien, a pesar de tener un poco de frío, que el sol, hacía un rato, había disipado.
—¡Buen día! —saludó Emilse, la enfermera, mientras entraba a la habitación con una sonrisa enorme y una caja de madera bastante grande—. ¿Cómo estás, Feli? ¿Dormiste bien, corazón?
—Sí, mucho mejor —contestó Felipe, al que la sonrisa le dejaba ver los huecos de algunos dientes de leche que se le habían caído.
—¡Cuánto me alegro! ¿Soñaste algo lindo? —Emilse preguntaba mientras revisaba valores y cantidades de suero, momentos en los que su expresión se desentendía de la conversación y se enseriaba por lapsos casi imperceptibles. Después, tranquila, volvía a la sonrisa.
—Soñé que un dinosaurio con barbijo me venía a rescatar de otro dinosaurio que me quería comer —inventó Felipe en el momento, mientras se apretaba las manos.
—¡Menos mal que te salvó! Aguante ese dinosaurio —Emilse se apoyó contra la cama—. ¿Así que, te sentís bien, hoy? ¿Me puedo quedar tranquila?
Felipe asintió con una sonrisa, como si no hubiera sonreído el último año, aunque hubiera sido casi una semana de dolor y enfermedad.
—Bueno, gordito, entonces, ahora te voy a mostrar un videíto —dijo Emilse mientras sacaba el celular—, y me vas a ayudar con esto.
En el video se veía a una nena, internada en otra cama del Hospital Garrahan, que mostraba cómo hacía unas cookies de distintos sabores y colores, sobre una bandeja que cubría la cama de lado a lado, mientras contaba que habían empezado a venderlas para solventar los gastos del hospital y que, de esa manera, tenían calefacción y electricidad.
—¿Ves, Feli? Vos tenés que terminar de darle esa formita a la masa esta que te traje, y las vas poniendo en esta placa —le mostraba mientras iba sacando de la caja los distintos elementos.
Felipe miraba, sonreía como si la expresión le hubiera quedado tildada y no terminara de entender.
—Esto después se vende para que vos y los chicos como vos puedan estar bien acá en el hospital, ¿entendiste, corazón? —se quiso asegurar Emilse.
Felipe asintió. Alentado por Emilse, empezó a armar las galletas y a decorarlas como a él le parecía lo mejor.
—No, a ver, Feli. Fijate bien el tema de la forma, y la cantidad de chips. No le pongas tanto porque después no alcanza para armar más, ¿sí? —corrigió Emilse mientras le sacaba algunos chips a la primera galleta que había producido Felipe.
