Karina sentía que la relación con su hermano Javier era distinta que antes, mucho más mediada por intenciones políticas y esas cuestiones que ella tanto no manejaba como los aduladores que le comían el oído a su hermano, quien acababa de haber sido electo presidente. Mantenía buena parte de su influencia sobre él después de décadas de trabajarla, pero se incomodaba con las interferencias que aparecían.
Para erigirse como única ladera de su hermano, le dijo a él que había soñado con su difunto perro, Conan, el cual le había dicho que la médium mediante la cual se comunicaban con él no era más que una farsante y que, a partir de ese momento, podía comunicarse directamente con ella.
De esa manera, las fuerzas del cielo y Conan, que estaban en el mismo plano: podían hablar a través de ella.
Javier le creyó y empezó a oír, a través de Karina, a un Conan más politizado que nunca: le decía que tenía que despedir a aquel, confiar en ese otro y tejer y destejer tales alianzas.
Durante la campaña le habían tirado demasiado con el tema de que el perro era imaginario. Javier sabía que el perro existía, aunque lo hacía en otro plano, de una manera que el resto de los humanos no podía comprender.
Una noche, la semana anterior a las elecciones, Javier, golpeado por esos comentarios, lloró en el hombro de su hermana. Al día siguiente, justo después del desayuno, Karina le anunció:
—Anoche hablé con Conan. Dijo que tenemos que hacer un nuevo cuerpo para él. Un solo cachorro —dijo Karina con el índice en el aire—, donde él pueda tomar el cuerpo nuevamente. En el laboratorio todavía tienen su material genético.
Javier no cuestionó. Lo que ella deseaba era taparles la boca a aquellos que, en los medios, hablaban sobre el perro como un ente imaginario propio de un dirigente loco, inepto para la tarea que tenía encomendada.
En uno de sus viajes a Estados Unidos, la comitiva trajo, escondido y como perteneciente a un asesor de confianza, el nuevo perro, también llamado Conan.
—¡Es él! No lo puedo creer, ¡es Conan! —sonreía y festejaba Karina, cuando pudieron tomar contacto con el cachorro, recién en la Argentina.
—¿Vos decís? —dudaba Javier mientras acariciaba al nuevo Conan que, como si no lo reconociera, no le daba tanta atención como sí le daba a Karina.
—Pero sí, Javi, es obvio —dijo Karina mientras abría los ojos todo lo que sus párpados podían.
Javier aceptó sin contestar y sonrió. Karina lo miró desafiante, con algo de asco en sus labios y sentenció:
—Si nos vuelven a joder sobre él, cuando tenga el tamaño de adulto, lo vamos a sacar a relucir y le vamos a pegar a todos los que dijeron cualquier cosa. Mientras tanto, hagámoslos mierda y que la gente los deje de ver.
