Un día, Lorenzo se cansó de ser Lolo. Quería ser Lola. O Lala, o Marisa, o cualquier nombre de mujer. Ya tenía veintiún años, y siempre —o casi— se había sentido mujer. Hasta ese momento, él había asumido públicamente sentirse atraído por hombres. De ahí que todos lo consideraran gay. Incluso a él mismo le había costado reconocerse como mujer.
En el trabajo ya sabía que no podía decir nada. Era mozo en un bar de mala muerte sobre la colectora del Acceso Oeste. Se hacía el macho para que el cocinero —que se autodefinía como “omnívoro”— no le tocara el culo, cosa que hacía seguido, metiendo dedo con buena puntería.
Declararse en ese lugar como chica trans le implicaba una exposición que no quería tener. El día que renunció fue el mismo en que asumió sus deseos de transicionar.
Es que con ese trabajo apenas le alcanzaba para llegar a fin de mes. Había averiguado para empezar el gimnasio, pero no podía pagarlo, a no ser que dejara de comprar birra. Menos todavía le iba a alcanzar para ponerse tetas o cambiarse la nariz.
No pensó muchos trabajos. Fue sin escalas a la profesión que elegían muchas otras como ella: la prostitución.
Compró lencería femenina, se sacó buenas fotos y las publicó en internet. A los dos días, tuvo su primer cliente. Osvaldo tenía su cerrajería en Merlo, cincuenta años y una panza prominente.
Le pagó y Lola se entregó en cuerpo y alma a Osvaldo. No por pasión; solamente por trabajo. Se chuparon y se cogieron. Cuando él terminó, mientas se vestía, sentado en la cama, de espaldas a Lola, le dijo:
—Me gustan así, como tenés vos las tetitas.
—¿Cómo yo? ¿Sin tetas, ni culo, ni nada? —contestó Lola.
—Así, como tenés… —dijo Osvaldo mientras miraba al costado y le ofrecía su perfil.
—Varones, digamos —dijo Lola con una voz muy masculina.
Osvaldo no contestó nada. Se terminó de vestir y se levantó. Justo antes de pedirle a Lola que le abriera la puerta, ella se adelantó:
—Esperá. Es muy poco diez mil. Pagame más.
—Pero si vos me dijiste diez mil, mamita —Osvaldo se encogió de hombros—. Yo… de corazón… ya está. Ya te pagué, me estoy yendo —resolvió.
—¿Y cuál hay? Todavía no te fuiste, y vi que tenés más billetes… Te hice de todo.
—Mirá, si vos querés más plata, yo te doy. Pero laburá un poco más —dijo mientras se manoseaba la verga por encima del pantalón.
Lola lo miró con los ojos grandes, sonrió y se acercó a besarlo y manosearlo.
