557. Matemática policial

25 de junio de 2025 | Junio 2025

Iván tenía veintidós años y llevaba los últimos dos y medio cursando en la Escuela de Suboficiales y Agentes de la Policía Federal Argentina, más que nada por mandato familiar y salida laboral garantizado que por deseo de ser parte de la fuerza. Al encontrarse en su último año de carrera, le tocaba cursar la materia Problemáticas Sociales Contemporáneas.

Esa semana, aprovechando la movilización convocada por la oposición peronista, el profesor a cargo decidió darles una tarea: estimar la cantidad de participantes que asistieran a la marcha. Para eso, les dio algunas pocas instrucciones.

—¿Cómo andás, nene? —saludó el abuelo Antonio cuando llegó a la casa de su hijo Wenceslao y vio a Iván mirando la televisión.

—Hola, abu. Justo llegaste para ayudarme con un trabajo que tengo que hacer —dijo y señaló la televisión—. Decime cuánta gente hay ahí.

—Ah, Ivancito —sonrió el abuelo mientas se sentaba en el sillón—. Mirá, en épocas de mi abuelo, cuando todavía era la Policía de la Capital Federal, se contaban nada más que los muertos en las protestas. Lo que era cuánta gente asistía, a nadie en realidad le interesaba…

—Abuelo, pero necesito saber de ahora —interrumpió Iván.

—Cuando estaba yo empezamos a contar —el abuelo Antonio siguió como si nada. Aprovechaba su leve hipoacusia para hacer de cuenta que no había escuchado—. Pero, para saber de verdad, hay que ir al lugar. Pasemos por mi casa y nos preparamos.

Fueron al departamento del abuelo. De un cajón que largó polvo al abrirse, Antonio sacó una pechera de “Amadeo Genta conducción” y una remera que decía “Comercio con Cavalieri”. Cuando Iván se quejó por el olor y la antigüedad de esa ropa, Antonio contestó:

—Si siguen los mismos, ¿qué te pensás?  No se van a dar cuenta, dale.

Tomaron un colectivo hasta Av. de Mayo y Av. 9 de Julio.

—Tenés que empezar a contar desde ahora. Calculá la cantidad de gente en espacios de diez metros por diez metros —enseñó Antonio.

—Pero si acá no hay casi nadie.

—No importa, vos lo tenés que contar. Después se promedia todo.

Cuando llegaron Plaza de Mayo y encontraron un lugar cerca del Cabildo para observar, el abuelo retomó la lección:

—Acá tenés que descontar la cantidad de gente pasa cotidianamente por la plaza, que deben ser unas tres mil por hora. Eso multiplicado por cinco, porque con todo el bochinche es más difícil pasar y los que están desde las doce queriendo pasar, todavía no salieron de la plaza y ya llegaron los de las cuatro.

—Quince mil.

—No, debe ser más. Veinte mil. Entonces, a lo que hay acá, que debe ser, a ojo… ciento treinta mil, le restás esos veinte. Y después lo promediás con el espacio y te da… ¿cuánto te da?

—¿Cincuenta mil?  —arriesgó Iván, por tirar un número, ya cansado de tener el olor de la pechera de Amadeo Genta conducción encima, y con ganas de irse.

—¡Epa! —se rio Antonio—. ¿Para quién jugás vos, nene? —hizo montoncito—. Ponele… cuarenta y ocho. Cuarenta y ocho doscientos si querés.

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