556. Matar al presidente

24 de junio de 2025 | Junio 2025

Cuando la tarjeta de crédito, que él había conseguido unos diez meses atrás, fue rechazada durante cinco intentos de pago en el supermercado, Darío se avergonzó hasta ponerse colorado. Fingió gracia y amagó con ir a dejar los productos del changuito de nuevo en las góndolas, pero no pudo dar dos pasos que sintió la garganta apretada y los ojos al borde de estallar. Salió casi corriendo y, a la vuelta, se largó a llorar.

Ya le habían rebotado préstamos incluso algunas entidades financieras de dudosa legalidad y también un par de prestamistas a los que había llegado por contacto. Desocupado y viviendo de changas, era evidente que no podría devolver la plata.

Su madre, jubilada, ya lo había ayudado dándole parte de lo que le ingresaba por mes. Con tal de que sus nietos comieran, ella estaría feliz. Pero Darío decidió dejar de pedirle cuando le impresionó verla tan flaca.

Ya casi no sentía amor por su esposa Fernanda, a esa altura, una fuente inagotable de peleas diarias. Y con sus hijos cada vez se dificultaba más el trato: dos varones casi adolescentes que lo acusaban de vago y fracasado, igual que Fernanda.

Esa mañana miraba una fila de hormigas en la vereda cuando su vecino Luis salió con algunos amigos. “Vamos a la marcha”, le dijo. Darío se sumó.

En cuanto tuvo una cámara cerca, se descargó y anunció que mataría al presidente. El conductor del programa lo invitó a seguir hablando, a entrar por sus propios medios a la trampa que le preparaba.

Una hora más tarde, lo habían detenido las fuerzas federales y lo habían trasladado a una fiscalía para que se lo imputara por amenazas. Lo dejaron detenido. Cuando salió, Darío se mostró gravemente herido y difundió por redes su estado.

Al día siguiente, sus cortes y moretones lo habían convertido en una famosa víctima de la brutalidad policial. Tuvo entrevistas en medios de poca monta, donde aseguró que estaba arrepentido, que quería pedir disculpas al presidente, que él no lo había dicho en serio.

Como si fuera un efecto dominó, la difusión de esa nota lo llevó a otro medio, luego a otro, y así hasta repetir lo mismo en una decena de programas periodísticos.

Por medio de uno de los más arrastrados lamebotas del presidente, Darío logró contactarse con la presidencia. Convenció a los funcionarios de que sería bueno mostrar al presidente compasivo con alguien que se arrepentía de insultarlo.

La cita fue tres días después, a media mañana. Darío se vistió con el traje y el pasador de cortaba que habían pertenecido a su padre, ex combatiente en las Malvinas. El pasador tenía filo y una punta aguda, lo cual le obligaba a ponérselo con cuidado de no lastimar la tela de la corbata.

Saludó al presidente con una sonrisa enorme que le dejaba ver los dientes e, incluso, se arrodilló ante él a modo de disculpas. El presidente también se mostró feliz de recibirlo y ver la reverencia de Darío.

Antes de pasar al despacho para una charla, posaron para unas fotos. En un movimiento instantáneo, casi quirúrgico, bajo los flashes de las cámaras, Darío sacó su pasador y degolló al presidente.

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