551. Perfume casino

18 de junio de 2025 | Junio 2025

La fila se extendía desde la puerta de la sede del SMATA del centro porteño hasta casi dar la vuelta a la manzana. En su mayoría, eran hombres despedidos de fábricas autopartistas que habían sido convocados por el sindicato que había entregado sus puestos de trabajo sin luchar para evitarlo. Algunos enojados, otros resignados, los trabajadores fueron a ver qué tenía para ofrecer el sindicato.

Una vez que pasaban la puerta, se alejaban de calor pegajoso del verano y se sumergían en una pecera de aire acondicionado, Iara recibía a los trabajadores despedidos. Tenía dos tareas: primero, seducirlos, y segundo, derivarlos a distintos talleres del edificio.

A un costado, cinco hombres corpulentos, tomaban gaseosas sentados en sillones. Algunos, con remeras que parecían a punto de estallar.

—Buen día, ¿qué tal? —sonreía Iara, envuelta en perfume—. ¿Usted de que trabajaba? —preguntaba amable y miraba a los ojos.

—Estaba en la sección de válvulas, aros, pistones.

—Entonces, usted debe ser bueno para trabajar con cosas pequeñas. Le recomiendo… a ver —revolvió unos folletos al costado—. Taller de orfebrería. Los primeros seis meses con bonificación gremial del cien por ciento. Es segundo piso, oficina dieciocho. Ahí ya está por empezar la primera clase.

—Pero ¿qué…? Yo pensé que me iban a dar trabajo, algo… —contestó el trabajador.

—El sindicato le ofrece un taller para aprender un oficio y montar un emprendimiento que le permita desarrollarse —contestaba Iara, seria y compasiva.

El trabajador siguió su camino y fue al ascensor.

—Siguiente por favor —ordenó Iara. Un señor de piel más clara se acercó a su mostrador—. Buenos días, ¿qué tal? —sonrió ella—. Usted, ¿a qué se dedicaba?

—Yo trabajaba más que nada con radiadores, intercoolers. Sistema térmico…

—Mire, hay un curso, especial para usted, que tiene que ver con la masa madre. Mucho de levadura en frío, en cali… —Iara empezó su sugerencia, hasta que el señor la interrumpió:

—Es que…  soy ingeniero.

—¡Ah, perfecto! Sígame, por favor —dijo Iara, levantó una carpeta y condujo al señor por pasillos del edificio hasta llegar a un garaje con salida a la calle. Había al menos una docena de autos estacionada—. Elija uno.

—El Volkswagen. Trabajé en partes de ese auto —contestó el señor con orgullo.

—Ahora puede disfrutarlo bastante. Son ocho horas diarias mínimas de Uber, y la mitad de lo recaudado es para el sindicato —explicó Iara—. Si desea arrancar ahora, le busco la llave.

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