549. Penales

16 de junio de 2025 | Junio 2025

De chico ya sabía que tenía algo así como un poder especial para predecir el resultado de los penales. Me acuerdo jugando en la escuelita de fútbol, que había un pibe que pegaba tanto… solo a ése podían cobrarle penal. Y cuando lo pateaba el del equipo rival —yo jamás pateé un penal y jugué siempre de defensor, por patadura—, mi predicción siempre erraba al resultado.

Ese único y preciso instante donde mi cabeza decía “es gol” o “la erra” —que a veces cambiaba por “ataja”, pero el concepto es lo mismo—, el mundo se las ingeniaba para que sucediera lo contrario.

En esto de las predicciones no hay vuelta atrás: cualquier decisión, que se modifique un segundo después, es deshonesta. Yo veía a veces a mis amigos decir su corazonada a viva voz. Yo no podía.

Puertas adentro, a veces me lo combatía. Pensaba: “no, Mati, tranquilo. Es un flash tuyo, algún día tu predicción va a acertar. Es mala suerte nomás”. Y a veces lograba convencerme.

Hasta que llegaba otro penal, y no me quedaba otra que convencerme de lo contrario otra vez.

El día que lo acepté del todo y no le busqué más la vuelta fue en noviembre del 2009, después de ya algunos años siguiendo al Ciclón a casi todos lados con mis amigos, cuando nos dejó afuera, por penales, el River Plate de Montevideo, por 7 a 6.

Después de que en trece penales yo errara la predicción, no tuve más alternativa que asumirlo. Y hasta lo conté, así como si se tratara de una confesión, a mis amigos más cercanos.

Me hicieron una prueba en la cancha el miércoles siguiente, diez minutos antes de que llegaran los demás, nosotros estuvimos pateando penales, ellos, y prediciendo, yo.

Ahí arranqué a apostar. Y, por tener una habilidad tan especial, en poco tiempo terminé por hacerme famoso. En realidad, fue más por ganar cualquier cantidad de plata de esa manera.

De repente, en la tribuna, antes de mirar el penal, todos me miraban a mí, a ver qué decía que iba a suceder. Yo daba mi predicción, que todos sabían que nunca acertaba. Y, después, el resultado.

Pero me empezó a traer problemas. Una mala época en la que nuestros penales no eran efectivos y los de los rivales sí. Empezaron a revolearme cosas, a insultarme. Y empecé a quedarme callado.

Hasta la última tanda de penales que tuvimos contra Argentinos Junios este año. Para mí, ninguno iba a ser penal, y sin embargo se metieron quince de ellos. De todos esos, el último, el de Hernández, jugador de nuestro equipo.

Mi predicción fue que la metía. Pero me negué tanto a creer que la iba errar, que arranqué a decir “es gol. Es gol, carajo”, agitando un puño, como rogándole al cielo. Mis amigos, que nos habíamos juntado a mirarlo, imaginaron que entonces estábamos eliminados.

Cuando sonó el silbato, apreté los puños y cerré los ojos. Hernández pateó. Gol. Mis amigos estallaron de alegría y yo supe que pude torcer el destino del penal.

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