Desde el primer momento que escuché que en el club se andaba diciendo que Olivetto andaba metiendo la mano en la lata y no sé cuántas cosas más, yo siempre salí a defenderlo, ya fuera en los pasillos, las canchas y el gimnasio. Bah, en todo el club, digamos. Pero también en la panadería de enfrente una vez. Es que en el pueblo no hay tanto tema para hablar, y las cosas del club no mueren ahí.
Yo, por ser socio vitalicio y ser hijo de el mejor presidente de la historia del club, además de que me paso día y noche ahí adentro, siempre tuve una palabra respetada. Es que, al estar ahí, me entero de todo. Y del primer al último socio me conocen. Saben cómo soy.
Olivetto, en cambio, no era del pueblo. Él había llegado creo que de Bahía Blanca o de Mar del Plata. Un tipo entrador y que daba la impresión de querer trabajar por el club.
Le costó poco llegar a ocupar un lugar importante en la comisión del club. Y conmigo siempre fue muy afectuoso. Mostraba interés por mis cosas y las de mi familia. Yo le creía todo.
A mí ya me habían dicho que había transferencias desde la cuenta del club a la suya, y que también le estaba pidiendo a algunos socios que invirtieran en un proyecto futuro que trataba de… nunca entendí en realidad. Pero le daban plata.
Hasta que resultó que el proyecto no aparecía jamás, así que un par de socios, los dueños de la pizzería a la vuelta, lo encararon en la entrada del club y le preguntaron dónde estaba la plata o el proyecto.
Yo, que estaba ahí, salté y los frené a los de la pizzería que se lo querían comer entre dos pancitos a Olivetto. Les dije que no era lugar para el escándalo y que iban a afectar a los chicos que venían al club. Logré que se fueran.
Ahora, cuando me trajeron los comprobantes de casi setenta socios que le habían transferido plata a la cuenta de él, y me mostraron que él mismo les había mandado un boceto del proyecto o, a esta altura, el buzón que les vendía, no lo pude creer.
Me acuerdo que fui a buscarlo directamente a la casa. Le golpeé la puerta que casi se la tiro abajo y, en cuanto abrió, lo cacé del cuello y lo puse contra la pared.
Casi nos agarramos, pero él no se iba a defender. Era un hombre de negocios nomás. Así que me hizo una oferta y preparó unos mates para que nos sentáramos a charlar.
Al final, pobre Olivetto, lo estaban cagando unos chilenos del sur de Chile, que había que ir a buscarlos a esos en todo caso. Nos preparamos unos comprobantes de transferencia internacional y explicamos en el club que, desafortunadamente, nos habían cagado a todos.
