516. Hasta que la muerte nos separe

12 de mayo de 2025 | Mayo 2025

La gota que rebalsó el vaso fue cuando, en la cena con amigos, me dejó colgada en una de nuestras mentiras, nuestros cuentos. Peor aún: me desmintió. Algo así como una traición abierta. Porque si, al menos, me lo hubiese hecho delante de una vendedora de ropa, o un cuidador de garaje, no me hubiera importado. Pero así, ante amigos —más suyos que míos, vale agregar—, era traición.

Norberto y Flora eran amigos de Miguel desde la juventud, prácticamente, y también míos por contrato matrimonial, de alguna manera. Y a ellos, aunque les teníamos un aprecio especial, también les hacíamos estos bolazos, donde inventábamos cualquier pavada que ambos defendíamos y agigantábamos a cada palabra.

Hasta esa noche. Ni siquiera estábamos en casa, fue en un restorán después de haber ido al teatro.

—Y nos vamos de viaje a Europa —dijo Flora entre cualquier cantidad de palabras que no recuerdo.

—Ay, ¿ahora? —contesté yo, alegre—. A lo mejor nos cruzamos entonces. Mi hermano de allá de Barcelona nos invitó a ir a nosotros también. Nos paga todo, encima, como gana tan bien…

—No es cierto —dijo Miguel, seco.

Se hizo un silencio y yo me delaté cuando lo miré a él como asustada. No tengo mucha carne en la cara, mirarme es como verme el cráneo directamente, por eso las expresiones se me notan un poco más que al resto. Creo.

—Dice eso para que después nos riamos a escondidas.

Lo dijo tan serio que pareció real. Por suerte Flora siguió la conversación como si nada.

Yo sabía que ese gesto, que él me expusiera así nomás, significaba solamente una cosa: toda complicidad entre nosotros estaba destruida y, entonces, también la confianza. En otras palabras: venía mi reemplazo.

Él ya andaba dando vueltas con su secretaria a mis espaldas. Y pensaba que yo no lo sabía. Pero esto era hasta que la muerte nos separe, querido Miguel, te habrás olvidado.

Desde que me subí al auto no hablé más. Él hacía como que no le importaba, pero estoy segura de que en el fondo temía por mi reacción.

Yo misma había firmado papeles de cosas que eran evasiones de impuestos, blanqueo de plata negra y no sé cuántas más cosas de la empresa, en la cual me había puesto como socia solamente por conveniencia para sus tejes y manejes.

Eso fue lo que denuncié en la justicia. Ahí tenés, Miguelito. Andá a buscarla a la renegrida concha de tu secretaria. Eso sí, la empresa seguramente cierre y afecte a terceros. Pero el honor —mi honor— ante todo.

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