513. De toda la vida

9 de mayo de 2025 | Mayo 2025

En algún momento de la noche, entre los fichines de Villa Gesell y la llegada a la playa, Micaela, Nicolás y Bautista se habían cruzado con el grupo de la Tana y sus amigos. Por motivos que Lucía nunca entendió —por no haber participado de la decisión—, todos juntos terminaron en la playa a la madrugada, tomando birra y fumando porro a montones.

—Mica, boluda, es tremendo… Siento que te conozco de toda la vida, te juro —dijo la Tana, mientras los varones peloteaban un poco.

—¿Sabés que te iba a decir lo mismo? Exactamente lo mismo. Como… almas gemelas. Qué flashero —contestó Micaela, con un pedo alegre.

—O hermanas. Qué piola cuando pegás así toda la onda con otra persona, medio de la nada…

—Es verdad. Y te digo más —dijo Micaela, mientras se tambaleba—: hacía mucho que no me pasaba, eh.

—Capaz que te parece un montón, pero… ¿te puedo confesar algo? —preguntó la Tana con la botella de cerveza en la mano mientras se acomodaba el pelo agitado por el viento.

—Sí, boluda, re. Decime.

—¿Sabés que…? El otro día, me enteré que estoy embarazada, de él, viste, de Rama. El de rojo —dijo y lo señaló—. Es el mejor chabón del mundo. Pero no estamos listos, ¿viste? ¿Vos cuántos años tenés?

—Veintitrés —mintió Micaela, de veintiuno.

—Claro, sos una nena todavía. Yo tengo veinticinco. Y ya es la segunda vez que me pasa que tengo que cortarlo, ¿viste?

—Sí, re —fingió Micaela.

—Y bueno, por eso estábamos que no sabíamos, si cortarlo una tercera no era mucho ya…

—Ah, ¿no eran…? —no le quedaba claro cuántas veces había abortado.

—Entonces agarré y le dije que ya fue, que lo tengamos. Y Rama dijo “dale, re”. Y por eso ahora estamos vendiendo pastis, que vos si querés te puedo pasar unas.

—Ah, mirá. Igual, no soy muy…

—Encima, justo nos acaba de avisar un amigo que nos reventó la gorra el lugar donde estábamos parando, y es probable caigan los ratis acá para llevarnos y tenemos ese bolso lleno de pastillas y ni saben de quién es, agarran al voleo. Vamos todos en cana —dijo la Tana y tomó un trago.

—¿Qué, ahí tienen…?

—¡Y sí, boluda es lo que te estoy diciendo! Entonces por eso necesitamos un auto, viste, para zafar. Yo vi que vos llegaste en ese Ford que está ahí estacionado, así que dame ahora la llave si no querés caer vos también.

—No, pero… —Micaela titubeó asustada.

—¿No éramos almas gemelas?

—El auto es de mi…

—Dale, pendeja, porque se pudre todo —apuró la Tana—. Mirá que yo conozco a la gorra acá, te van a dejar embarazada.

—Por favor, no —empezó a llorar Micaela.

—¿Qué pasa, boluda? —preguntó Nicolás, que se acercó cuando la escuchó.

—Nada, tu amiga se hace la que es copada y alma gemela y es una trucha —dijo la Tana y se levantó de la arena para ir a pelotear con los chicos.

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