510. Todos para uno

6 de mayo de 2025 | Mayo 2025

Alan solía despertarse entre las nueve y las once de la mañana, aleatoriamente, sin despertador. Desde ese momento pasaba, al menos, una hora en la cama con el celular, recorriendo redes. A lo mejor, si sentía que tenía algo divertido o interesante para contarle al mundo, hacía su publicación y después pasaba el resto del tiempo atento a las reacciones que juntaba.

Ese lunes, después de publicar que había soñado que ganaba un premio único en el mundo al mejor coleccionista de escarbadientes —algo que había elegido como actividad llamativa, pero como al resto no le interesaba, solía abandonar su colección—, frustrado al ver que casi no obtenía reacciones, se levantó para desayunar.

Fue a la cocina y se sirvió cereales. Estaba a punto de ponerle leche, cuando su teléfono vibró:

“HACETE RICO CON TRES PASOS”, le gritaba una notificación de una aplicación de apuestas a la que dedicaba horas por día. Volvió a sus cereales y los tapó de leche mientras entraba en la aplicación.

Alan tenía veintidós años, y sus padres estaban bastante cargosos últimamente, exigiéndole que empezara a hacer algo de su vida. Pero trabajar no le interesaba en lo más mínimo. “Ustedes son unos fracasados que pierden su tiempo en el trabajo”, contestaba.

Él tenía título: se había recibido de streamer en un curso online que había encontrado por YouTube. Gracias a ese curso, al menos, había cambiado las galletitas por cereales.

Pero el curso no le daba público, y menos, seguidores. Le hubiera gustado hacer uno de los cursos de trading financiero, pero no tenía plata para pagarlo ni para invertir.

Los pasos para hacerse rico eran fáciles: entrar en la apuesta de candidatos de las elecciones, aceptar los términos y condiciones y apostar. Él no entendía de política, no le interesaba. Pero a algunos los conocía.

Eligió su candidato y apostó. No era el más astuto, pero pagaba bien. Al parecer, no tenía demasiadas chances. Apostó algo de dinero, mientras desayunaba. Después, hizo flexiones y se quedó mirándose al espejo.

En eso estaba cuando el celular lo convocó de nuevo: “TU CANDIDATO PAGA EL DOBLE QUE ANTES”. Justo le había aparecido un video de campaña en redes. Volvió a poner, ahora más convencido, incentivado.

Una hora más tarde, volvió a repetir la operación, apostando todo lo que tenía. Todos sus ahorros, los que le habían dado sus padres y lo que había conseguido aquellos meses, un par de años atrás, trabajando en la pizzería del barrio.

El celular volvió a vibrar. Lo que pagaba ya era demasiado para él. Pero confiaba en sí mismo. Una vez le había ido bien con las apuestas, en contra de cualquier pronóstico. Podía repetirse.

Usó lo que nunca había hecho: la clave de la cuenta bancaria de su padre, que no sabía que él la conocía. Se transfirió todo a su cuenta y lo apostó.

Se arrepintió minutos antes de que llegara su padre. Una pelea así podría costarle caro. Intentó deshacer la apuesta. No podía: los términos y condiciones aceptados incluían una cláusula que lo impedía. “Si sale mal, mis viejos ya saben cómo acomodarse”, se consoló.

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