Una cosa era ser novatos en el arte del robo de motos y autos, como para ganarse la vida: una changa más para después de las ocho horas de reparto de comidas. Pero tener un muerto encima era otro cantar, algo que ni siquiera Gabriel y el Chino podían imaginar. El destino garantizado sería la cárcel.
Es que a ninguno de ellos se les habría ocurrido que, acurrucado en el asiento trasero del Ford al que le estaban abriendo la puerta esa noche, estaría el dueño, dormido tras una ingesta de alcohol que no le permitía manejar, pero no le impidió despertarse con el arranque del motor.
En cuanto el dueño se levantó en un movimiento veloz, el Chino, usando la barreta que tenía en la mano, como de reflejo, le dio un golpe en la cabeza que se escuchó a dos cuadras, aunque no logró abrírsela.
El dueño cayó seco en el asiento trasero. El Chino se fijó que no respiraba y anunció: «cagamos, Gabi».
—Yo no fui, fuiste vos —contestó Gabriel—. Pero te voy a ayudar a deshacernos de él.
Condujeron el auto hasta la casa del tío de Gabriel que, como era carpintero, tenía un taller en la parte de adelante. Ahí, entre los dos, empezaron a cortar tablas para hacer un ataúd que pudieran enterrar ellos mismos en el cementerio de Lanús, que en aquel entonces tenía una pared con un agujero de un metro.
Para cuando tuvieron la tapa, guardaron adentro al dueño y Gabriel empezó a martillar clavo por clavo, apurado, con ganas de sacárselo de encima cuanto antes.
Pero le daba con tanta fuerza que el cuerpo del dueño del auto daba saltos adentro del cajón, hasta que en un martillazo, el dueño emergió del ataúd de un salto, partiendo la tapa del cajón.
Para Gabriel fue tanta la sorpresa que, al retroceder casi corriendo, terminó apoyándose con una mano sobre una sierra de banco, al mismo tiempo que su nalga derecha apretaba el botón que la encendía.
El Chino, por su parte, pensó que estaba ante una especie de resurrección del poderoso dueño del auto y temió ser herido como Gabriel en caso de intentar impedírselo. En cambio, prefirió correr atrás del Ford que se iba, algo roto, con su dueño para convertirse en su primer fiel seguidor.
