506. Viaje al fin

1 de mayo de 2025 | Abril 2025

Qué inoportuna la muerte del Papa justo después de haber cerrado el nuevo acuerdo con el FMI. Cada dólar valía mucho más que los que el gobierno había regalado hasta ese momento. Iba a ser más difícil devolver todo lo adeudado sin que la gallina de los huevos de oro empezara a empollar. Una gallina que el gobierno ni siquiera sabía dónde estaba.

Por eso, algunos hombres de grupos especiales de las fuerzas armadas y de seguridad habían sido destinados a dar con el paradero de esa gallina y llevarla, sana y salva, a la Casa Rosada.

Hasta que las bóvedas del tesoro no estuvieran llenas de huevos de oro, la línea del gobierno era de administrar con una austeridad total.

Por razones obvias, la noticia de la muerte del Papa obligaba al presidente a asistir al funeral. Su temor residía en que su imagen cayera frente al mismo pueblo que acababa de endeudar.

La propuesta ganadora la acercó la ministra de seguridad:

—A lo mejor se puede ir en barco, que es más barato que el avión. Y para hacerlo más barato todavía, podríamos ir en un barco chico, a remo, y yo pongo unos milicos para que remen —sugirió con la determinación de quien sabe que sus deseos son órdenes.

—Pero seguramente querrán algo a cambio —contestó el presidente.

—Vos dejame a mí, que yo les doy un bono de jubilado a cada uno y ellos se conforman.

La ministra juntó la tripulación entre gendarmes y prefectos y pidió prestados a la Armada un capitán de navío y dos tenientes de fragata.

Todo iba bien en el barco, hasta que un gendarme, por falta de entrenamiento, se desgarró el hombro. No podía seguir remando así, y su falta obligaba a que también remara un hombre menos de la fila del otro lado de la nave.

Para peor, el gendarme sumaba el peso de su inútil cuerpo, al mismo tiempo que restaba alimento para sus compañeros, que tendrían que hacer el esfuerzo por él.

Fue la misma ministra la que, en un arrebato de ira, usó la fuerza de todo su cuerpo para arrojar por la borda al gendarme y, ni bien éste cayó al agua, le dijo a sus subordinados que repartiría entre ellos el bono del gendarme que, segundos después, se perdió entre las olas para siempre.

Sin funcionarios que quisieran reemplazar al remero, fue imposible llegar a tiempo al Vaticano. Sin embargo, se dice que la ministra recibió un mensaje mientras paseaba por el Coliseo: «atrapamos a la gallina. Pero se nos murió».

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