Era el primer viaje que Romina y Sebastián hacían como pareja. Hacía casi dos años que salían juntos, pero la economía no les había dado la posibilidad de hacer una escapada en otro momento, salvo ese recital en Baradero, que había terminado mal porque él estaba siempre con cara de culo: no le gustaba el público masivo y algo fisura.
—Gorda, capaz que después de que volvamos del viaje podríamos… no sé, ¿pensar en vivir juntos? —preguntó Sebastián, mientras volvía a la cama después de haberse duchado.
—Uf. Muero de ganas—se rio Romina.
—¿Qué? ¿No te parece? —su tono había pasado del dulce al agrio.
—Ni en pedo, Seba —contestó Romina, dejando de mirar la pantalla de su celular para mirarlo a él.
—Pero, ¿por qué no? Boluda, vos ya sos grande, yo también. Los dos queremos tener hijos…
—No sé —interrumpió ella con un dedo levantado—. No sé si quiero hijos.
—Bueno, pero más o menos… Ya fue, Romi, ¿por qué no me elegirías para tu vida?
—Te elijo como pareja sexual desenfrenada, como fantasía, como personas que se divierten y ya. No como novios serios. Estoy para algo corto, viste, sin mucha raíz —se sinceró ella.
—¿Me estás jodiendo? ¿Para qué mierda vinimos de viaje? —se indignó él y se levantó de la cama.
—¿Qué sé yo? ¿Para ver si la pasábamos bien? —sugirió ella.
—A ver, ¿por qué no me querés como algo serio?
—No te siento todavía. Y tampoco confío en que pueda hacerlo. Como que, permitime compararte, desde que me separé del milico, que esa sí fue una etapa complicada, sos el segundo menos peor con el que estuve.
—¿Nada más? ¿Tan malo soy?
—Ojo, no hubo tantos. Pero, bueno. Sos mejor que el anterior, eso ya es un montón, porque no me venía pasando hace rato. Pero no esperes de mí algo tan… duradero, ¿viste?
—Bueno. Aprecio tu sinceridad —lamentó Sebastián y se puso una remera.
—De nada.
