¿Qué le habían dado? ¿Era solo merca o también le habían metido otra cosa? También había chupado mucho, es verdad, pero era el cumpleaños del jefe, cualquier sustancia estaba habilitada para esa noche, y más a esa altura, apenas a una hora de hacerse de día. Sin embargo, Martín no lograba descular en qué viaje estaba.
Algo de mareo, mezclado con euforia mental y una expresión facial ingobernable, con la mandíbula ya suelta e independiente de su cuerpo. Así y todo, tocó el timbre de Larissa, la travesti.
Ella ya lo estaba esperando, y cuando bajó a abrirle, lo encontró en la puerta del edificio, tratando de esconderse contra el ventanal como para no ser reconocido, aunque estaba algo inquieto.
Una vez en el departamento, ella lo besó y él hizo lo que pudo con su ingobernable boca, mientras le sacaba la remera a Larissa y le desnudaba el torso. Ella le metió la mano en el pantalón y sintió la verga blanda.
Larissa se agachó, le bajó el pantalón a Martín y empezó a chuparle la verga, con unas succiones y un entusiasmo fenomenales para la hora que era y las condiciones higiénicas en que estaba.
Cada tanto levantaba la mirada y veía a Martín, con esa expresión vidriosa de psiquiátrico empastillado, y volvía a mirarle la verga que le resultaba algo menos incómodo. Y siempre estaba blanda.
Lo sentó en una silla y continuó, un par de minutos, chupándosela, pero no había caso. No se paraba.
—Pará, pará —dijo Martín y la sacó de encima de su verga.
—Ay, bebé, no pasa nada —le dijo Larissa, mientras se levantaba, con su verga al palo—. Mirá la mía. Dejame que hoy te doy yo.
—¿Eh? —contestó Martín.
—Dale, si te gusta. Viniste por esto, gordo… —sedujo Larissa.
Martín no contestó. Solamente la miraba, algo flojo de cuerpo, con la boca abierta.
—Tomá, bebé, cométela un poquito —dijo ella mientras le metía la verga en la boca y el empezaba a manosearla de nuevo.
