484. Negocios compartidos

8 de abril de 2025 | Abril 2025

Lucas Salvareschi acababa de salir del club con los bolsos llenos de dólares. La venta del pibe crack se había cobrado en parte en efectivo y en negro, pero casi todos los socios y socias sabían que se haría así. Era esa parte del pago la que los Lucas metió en el baúl del Taunus celeste que le había alquilado a un gitano para el escape.

Mario Salvareschi y su hijo Lucas vivían a dos cuadras de la sede y siempre habían sido personas relativamente importantes del club. Lucas hasta había pasado por las inferiores y después había abandonado porque le tiraba la joda y no rendía en la cancha.

Aunque lo más alto había sido participar de la Primera C décadas atrás, el club nunca había perdido el sueño de volver al fútbol profesional. Todos los fines de semana jugaba su primer equipo.

La venta de Uriarte, el chico con condiciones técnicas de selección, a un club brasilero, era para los socios la posibilidad de encaminarse nuevamente en el fútbol. Había varios proyectos dando vueltas para hacer con la plata que entrara.

Después de muchos años de participar de colectas, rifas, choripaneadas, el Tano Verruzzi le propuso a Mario participar en la política del club, y él no lo dudó un instante.

En poco tiempo, Mario se convirtió en miembro de la comisión directiva y vio que muchos tenían sus negocios y sus manos metidas entre las cuentas del club. Al mes de haber llegado a esa posición, Mario pudo cambiar el auto.

—Pa, mirá lo que traje —dijo Lucas ni bien apoyó en la mesa los bolsos llenos de dólares.

—Uy, nene, qué lindo. ¿De dónde salió todo esto? —contestó Mario revisando los fajos.

—Es de la venta de Angelini.

—Pero… ¿y ahora? —preguntó Mario, como esperando alguna instrucción.

—¿Qué? —Lucas levantó el hombro derecho.

—¿Qué hacemos, boludo? —elevó el tono Mario.

—Y, qué sé yo… vamos de putas, si querés —Lucas se rascó la cabeza—. O de travas, viejo trolo —y se rio.

—Lucas, yo sé que vos sos bastante boludo, y te quiero igual. Hay cosas que ya tendrías que saber. La traición, como ésta, porque te la llevaste vos solo sin hablar con el resto de la comisión, es para quilombo. Si vos me decías que tenías pasajes para que nos vayamos a vivir como reyes a Uruguay con esa guita, bueno, pero… —Mario miró al costado y dejó la frase en el aire.

—¿Qué? —preguntó Lucas.

Golpearon la puerta fuerte, varias veces.

—Dale, gordo chorro, abrí, la concha de tu madre —se escuchó al otro lado—. Lo vimos salir a tu hijo con el bolso, garca. Esa plata es para el club.

—Me parece que la vas a pagar caro, hijo —lamentó Mario.

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