Los hermanos Brandán ya llevaban cuatro horas recorriendo jugueterías necesitados de ubicar en alguna de ellas, los autitos, muñecos y bloques de madera artesanales que ellos fabricaban y pintaban a mano. Era imposible ahora que China revoleaba juguetes baratos, regalados diría, a lo largo y ancho del país.
Con la Kangoo repleta, como una mala partida de tetris, y con más peso sobre la rueda trasera derecha, que raspaba el guardabarros en cada vuelta, Bruno se comía la cabeza pensando que cada vez eran menos las chances de ubicar su producto:
—En cualquier momento, de tanto tocar, revienta la goma, se nos va la camioneta a la mierda, y nos metemos los juguetes en el orto. Además de sumar el arreglo.
—Tranqui, bro. Ya vamos a encontrar a quien nos compre, sé que es día de suerte, lo dijo mi horóscopo —contestó Ulises, doce años menor que Bruno, echado contra el asiento desvencijado, con un pie arriba de la guantera.
—Sí, a vos te chupa un huevo porque después el arreglo de la camioneta lo pago yo.
—Bueno, yo te dije que cargaras menos.
Bruno chasqueó la lengua y putéo por lo bajo. Tenía razón.
Con la indemnización por despido, Bruno había arrancado ese proyecto, como para no gastarla toda a la espera de algún trabajo que pagara como para mantener a su familia. A tiempo récord había hecho el producto, lo había fabricado, lo había aprobado y lo tenía listo para vender.
—Y vos, que te ibas a encargar de la venta en redes, ¿no conseguiste nada? —preguntó Bruno, acusador.
—Las diez ventas que hicimos las conseguí por ahí.
—Bueno, ¿no hay más? —el tono de Bruno cambió a la decepción total. No sabía cómo enfrentarse a esa situación. Nunca había vendido nada más que su tiempo y su fuerza.
—Me fijo.
Ulises sacó miró el celular que ya tenía en la mano desde antes, entró a Instagram y vio un mensaje nuevo hacia él.
—¡Vamos! —festejó Ulises.
—¿Vendimos? —se emocionó Bruno.
—Sí. No. Es una piba que me estoy chamuyando que me dijo que se tomaba una birra conmigo en la semana. El horóscopo no falla, boludo. ¡Vamos, Uli! —se festejó a sí mismo.
—¿Qué, pero… ventas?
—No, nada —dijo Ulises y se quedó, emocionado, contestando el mensaje.
