475. Motosierra

30 de marzo de 2025 | Marzo 2025

“Es que estamos tan emocionados con el presidente que ahora en casa hay motosierras para todo. Las hago yo”, había confesado un Claudio Rivas sonriente, en la rectoría del colegio, donde lo habían citado porque su hijo Manuel le había cortado el lóbulo de la oreja a un compañero con una motosierra de bolsillo.

En la casa de los Rivas había motosierras de todo tipo y tamaño: unas chiquitas que se usaban como abrelatas o de cuchillo en la mesa hasta otras enormes con aspas, colgadas en el techo, que hacían un tan novedosos como ineficientes ventiladores.

Claudio Rivas siempre se había dado maña con las herramientas, pero su emoción por el presidente —compartida con su esposa Nancy y sus hijos Tomás y Manuel— lo había llevado a dedicarse a ellas casi con exclusividad.

Intentó vender por redes sus motosierras caseras con sus propios diseños y utilidades. Pero el pueblo no estaba preparado para tanto. Una cosa era para el Estado, que a nadie le importaba. Para la casa, en cambio, se veía peligroso.

“Es como el perro que depende como lo criás; bueno, con la motosierra es lo mismo. Depende de para qué la usás”, decía Claudio en videos de redes donde las promocionaba.

Y resultó que usarla de ventilador no fue tan buena idea. Una tarde de calor, Manuel jugaba online con sus amigos, mientras transmitía su imagen en las panatllas de sus amigos. El cable del ventilador cedió, y la motosierra, al caer, hizo un corte limpio en el hombro de Manuel.

El mouse se cayó al piso y, cuando Manuel lo quiso levantar, notó que su mano ya estaba agarrándolo, solamente que estaba demasiado lejos de su cuerpo.

El grito espantó a todo el barrio. Claudio, que esta ese momento estaba diseñando una bicicleta de motosierra, corrió hasta su hijo, que se apretaba el hombro derecho con la mano izquierda mientras gritaba y lloraba.

Claudio levantó a Manuel y a su brazo desprendido y los cargó en el auto. Manejó a toda velocidad hasta el hospital. Recién cuando llegó, se dio cuenta de que el click que cada tanto sonaba era el mouse de Manuel que se apretaba en baches y lomos de burro.

Ni bien entró, entre gritos, los enfermeros le acercaron una camilla. Manuel y su brazo desaparecieron detrás de una puerta vaivén.

—Por favor, pídanle al médico que lo salve —se largó a llorar Claudio—. Entero —se apuró a aclarar, no fuera cosa que Dios se lo devolviera como había entrado al hospital.

Una mujer de administración se acercó, le tocó el codo por el costado y le dijo:

—Mire que acá médicos no hay más, eh. Esto es el hospital público, los doctores están en lo privado ahora. Igual, eso sí, quédese tranquilo que tenemos excelentes enfermeros. Se lo van a entregar con el bracito prendido. Esperemos que vuelva a funcionar —cerró la oración y se encogió de hombros.

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