470. Amnesia

25 de marzo de 2025 | Marzo 2025

En el pueblo hay tres bares. Desde siempre. Hubo otro antes, pero no duró mucho. No había clientes. Es que para ser un pueblito perdido que se va muriendo lento en el fondo de la Provincia de Buenos Aires sin turismo ni nada que genere crecimiento, cuatro bares era demasiado. Ni los chicos le crecen acá al pueblo: se van a cualquier lugar más grande antes de cumplir veinte.

De los tres bares que sobreviven, solamente dos estaban abiertos después de las nueve de la noche: La Rosa, que es más histórico, siempre fue de la familia del intendente, aunque el pueblo ni siquiera fuera la cabecera del municipio. Da a la plaza, es limpio.

El otro, El Palenque, donde trabajo yo. Hago todo solo casi. Si todavía existe es gracias a que cobro poco y a que siguen viniendo los curdas del pueblo y la peonada de las estancias de los alrededores, que cuando tienen libre vienen a tomar y jugar.

Los postigos siempre cerrados, porque a nuestros clientes no les gusta mucho la luz que entra del farol de la calle. Justo en la puerta está, y ahora le pusieron una lamparita que ilumina que se hace el día en la noche casi más.

Don Sixto es un hombre grande ya, cincuenta y tantos debe tener, una cosa así. Sesenta a lo mucho. Y le tratan de don porque no saben lo que pasa, pero yo ya me enteré. Y les voy a contar.

Marcela es aquella señora, la de la mesa del costado. Desde que se le murió el hijo, Gonzalo, y quedó sola, algunos viernes llega temprano y toma lo que haya hasta que queda doblada sobre la mesa.

Don Sixto pasa y, si ve que está Marcela en el bar, siempre se queda tomando vino tinto en otra mesa. Cuando la ve que está que no puede más se le acerca y le dice algo al oído, o a la nuca más bien.

El otro día, Marcela estaba acá en la barra y se quedó muerta de borracha como siempre. Se acercó don Sixto y yo pude escuchar. “¿Vamos con los perritos?”, le preguntó.

Marcela a veces reacciona y se lo saca o le contesta. “¿Qué perros hablás?” le balbuceó a la primera. Don Sixto se alejó sin decir nada. Volvió al rato y preguntó lo mismo.

Marcela, esa vez, no contestó. No tenía la cabeza entre los brazos, como que bailaba entre los hombros de no poder mantenerla quieta, y los ojos cerrados. Respiraba hondo. Y ahí fue que Sixto la levantó, como suele hacer, como si la ayudara o… no sé. Paga la cuenta de ella. Y la lleva con él.

Las veces que pasaba eso a mí me daba curiosidad de si había algo entre ellos. Pero un día me enteré.

Me había quedado durmiendo en el bar porque… bueno, mi señora me había echado. Y a eso de las cinco y media, cuando aclaraba, escuché ruido afuera y vi a Sixto que venía caminando y la traía a la Marcela con correa, en cuatro patas. Como un perro. Y la soltó acá nomás, en la puerta. Tirada.

Cuando se fue Sixto yo abrí y me acerqué para levantarla. “¡Salí, fiero!” me gritó. “No quiero más, me duele el culo”. Así dijo. Le vi las manos lastimadas. El pelo revuelto.

Se durmió de nuevo y después la escuché que se levantaba y decía “otra vez este pulgoso de Manolo me sacó a la calle”. Soy yo Manolo. Y nunca la saqué a la calle.

Compartí este pasquín

¿Querés recibir un correo electrónico con los pasquines que se publican en el blog?

Suscribite completando tu nombre y correo electrónico.

Loading

Importante: Te va a llegar un email que tenés que abrir para confirmar tu correo.