468. Agencia de emergencias

23 de marzo de 2025 | Marzo 2025

Había sido algún allegado de un alto funcionario del gobierno el que había dicho algo así como que al pueblo le faltaba resiliencia —término puesto de moda para esclavos felices— para enfrentar catástrofes, tanto climáticas como sociales, sin llorar ni mamar de la teta del Estado para resolverlas, incluso si el mismo gobierno la produjera.

La idea no tardó en calar entre los funcionaros más relevantes, que coincidieron en que las personas pudieran manejar ese tipo de situaciones entre privados era una veta importante de la batalla cultural.

Es más, esa transformación daría lugar a negocios fenomenales para que algunos privados pudieran vender sus rescates a los pueblos en emergencias.

Lo que sí sería difícil era lograr que las emergencias sucedieran en el tiempo justo y de la manera correctas: sin ser tan cercanas una de otra ni afectar a grandes masas de población, de modo que no pudieran poner en riesgo la estabilidad del gobierno.

La primera, la del tornado a pocos días de asumir el gobierno, había sido fortuita —o, como decían ellos, gratuita—, porque todavía no existía la idea como eje político.

Después de que la idea calara, el gobierno logró armar algunos pequeños y grandes eventos de emergencia, para lo cual se contrató a una empresa de un magnate yanqui.

Ese magnate vendió a la Argentina el segundo ataque a Bahía Blanca (este sí, planeado, y ya mostrando que el escenario de ensayos sería esa ciudad), los temporales de Córdoba y San Juan también habían sido parte del proyecto, así como los incendios del sur y de Corrientes, la ola polar de invierno del 2024 y los sesenta grados en Santiago del Estero.

Incluso se dice que las inundaciones en el sudeste brasilero se debieron a un error de cálculo grosero, porque el objetivo era, en realidad, Mar del Plata.

Como para poder dar una imagen activa frente a estos escenarios y, de paso, achurar partes del Estado, el gobierno creó la entidad que debía dar respuesta. Una pantalla gigante.

Pero como la pantalla no lograba nunca estar a la altura de las necesidades, fue la misma gente la que tendió lazos de solidaridad y fueron las poblaciones afectadas las que se organizaron para solucionar sus situaciones.

Bahía Blanca pasó, en cuestión de tres o cuatro catástrofes, de ser una ciudad casi fascista a soviética. El ejemplo se replicó en otros pueblos y ciudades, llegándose a expropiar a las grandes empresas de cada lugar a fuerza de puebladas.

Los pequeños ejemplos demostraron que podía resolverse la inseguridad, el hambre y el trabajo apenas con organización popular democrática y sin pagar los impuestos.

Para cuando les tocó a las grandes ciudades, el escenario ya estaba preparado para que el doble poder se instalara y el Estado perdiera su capacidad de acción. Lo intentó, claro, a través de fuerzas represivas, pero no le alcanzó. La democracia popular argentina era una realidad.  

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