La ministra tenía un mal día. No le gustaba aceptar el papel que le daban, entre las sombras, apenas como espectadora de lujo de una manifestación en su contra. Pero la orden era evitar los problemas. El decreto tenía que salir aprobado sin que hubiera sangre alrededor del Congreso. Al menos, ese día. Y ya tenía el resultado de la experiencia anterior, las balas solo hacían multiplicar a los manifestantes.
Para ella había un agravante: algo en el hecho de ser mujer en un mundo prácticamente del todo masculinizado, no alcanzaba con usar un corte de pelo estilo casco ni vestirse casi como hombre. Necesitaba sí o sí medirse la poronga con sus subalternos.
Montar semejante escenario para no usarlo, en las fuerzas, estaba mal visto. No alcanzaba con mandar a un par de provocadores para que los empujaran y mostrarlos como víctimas de violentos.
Para la ministra, por su parte, irse a su casa sin haber conseguido un solo trofeo precintado durante horas y meado encima, era una mala jornada. Lo único que le quedaba por hacer era mostrarse al mando.
La ministra entró a la oficina donde se había montado un comando central a cargo del jefe del operativo. Había al menos quince pantallas. Antes de saludar, a la vista de todos, se acomodó un bulto postizo que se había puesto entre las piernas.
—¿Qué dice, Chamorro? ¿Cómo viene el asunto? —preguntó la ministra después de saludar.
—Y, qué sé yo. Tranquilo… —abrió las manos en el aire e hizo una mueca de disgusto—. Aburrido, bah.
—No vino nadie, ¿no? —preguntó la ministra con una sonrisa sobradora—. ¿En la cuadra del Congreso hay gente? —miró a una pantalla achinando los ojos.
—No, porque está el vallado nuestro —contestó Chamorro.
—Muy bien, muy bien. ¿Por Callao hay narco-hinchas?
—Sí, un poco hay, serán… algunos cientos.
—Es nuestra, Callao es nuestra. ¿Y en Rivadavia y Avenida de Mayo? Está controlado —afirmó la ministra, sin hacerse cargo de la pregunta que se le caía de la boca.
—Y ahí hay algunos miles. Cuatro, cinco veces más que la anterior, nomás —Chamorro le bajó el precio—. Pero sí, qué sé yo. Está controlado, nomás que por los negros éstos —dijo Chamorro y señaló con la cara a una pantalla.
—Ni vinieron, entonces, casi. ¿Viste que tenía todo controlado yo? Ya vas a aprender vos, Chamorro. Esto es para gente con huevos —cerró la ministra antes de ir a dar su conferencia de prensa.
