465. Paradoja de la serpiente

19 de marzo de 2025 | Marzo 2025

Alcanzaba con no ir a la concentración para que se generara un caos: el gobierno ya se encargaba de eso mediante un operativo burdo y payasesco que afectaba el tránsito en cantidad de cuadras donde no habría manifestación. No ir, quizás, hubiera dejado en ridículo a los funcionarios a cargo del operativo y sus cabezas de tortuga, hidrantes y vallas.

Incluso hasta se discutió entre organizaciones convocantes, por abajo, como para no levantar el avispero, la posibilidad de llamar a no concentrar apenas horas antes de la fijada para la convocatoria.

Pero el plan ya estaba armado, era difícil pensar en poder repetirlo sin que se enteraran las fuerzas federales, sin que saltara la ficha para la próxima semana. Y daban ganas de verlo suceder.

En una época en la que vale más el relato que la realidad, el Centro de Jubilados “Sol de Ramos Mejía” había armado su propio escuadrón de hijos y nietos para que ejecutaran las tareas, pero el plan en sí, era de Atilio Mendoza, diariero jubilado.

Gracias a un contacto con un comisario retirado, los jubilados habían contactado a un gendarme y un policía que entregaron la información del personal que intervendría en el Congreso, los uniformes y los armamentos.

Apenas con una vaquita de los jubilados alcanzó para comprar la información. No tanto porque cobraran poca plata los oficiales, sino por algo de idiosincrasia de las fuerzas. “Todos somos un poco botones”, había reconocido el gendarme.

Fue cuestión de mandar a hacer, en tiempo récord, los uniformes, las identificaciones y, gracias a impresoras 3D, también las máscaras y los armamentos, aunque éstos no pudieran hacer el mismo daño.

Cuando las fuerzas empezaron a reprimir, el escuadrón de hijos y nietos apareció a un costado de la movilización y se sumó a una represión feroz, golpeando a los manifestantes con sus cachiporras de juguete. Convenientemente, lo hicieron cerca de las cámaras.

Los manifestantes, previamente informados, tenían cápsulas de sangre falsa escondidas entre sus pliegues de piel, sus ropas, gorros, o donde fuera. Las escenas eran terribles: se veía una represión descontrolada, manifestantes que caían como moscas, sangrantes y quietas sobre el asfalto.

Los oficiales del gobierno, al ver a sus propios compañeros en medio de la escena, no supieron cómo actuar y dejaron de disparar.

Los hombres a cargo del operativo tardaron más de una hora en darse cuenta de que no había orden de que entrara ningún grupo. Para ese entonces, la manifestación había sido un éxito.

Las filmaciones de los medios de prensa y de los manifestantes no tardaron en difundirse. La reacción masiva fue contundente. Primero renunció el Ministro de Economía. Horas más tarde, todo el resto del Poder Ejecutivo.

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