450. Negocio ajeno

7 de marzo de 2025 | Marzo 2025

La refinería había quedado abandonada. Parecía un escenario de videojuego apocalíptico o un esqueleto prehistórico, como para exhibirse en un museo, de lo que en otro tiempo había sido un país fuerte y vigoroso, con ánimos de desarrollarse y crecer.

Ya la rodeaban las villas que habían copado sus alrededores, dejando solamente un camino de ingreso. Eso sí, no podían invadirla: la multinacional, todavía dueña de la planta, solamente invertía en matones que protegían el predio y cuidaban la parte del depósito, la única activa.

A la empresa ya no le servía ponerla a producir. Era más fácil importar el petróleo refinado o directamente la nafta desde otros países más baratos y distribuir desde ahí lo que ingresara al depósito.

Si no vendían todavía la refinería era únicamente por temor a que una catástrofe económica internacional les obligara a reactivarla.

En la inmensa villa que ahora la rodeaba habían ido a parar varios de sus trabajadores. Enzo, de treinta y cinco, era un de ellos. Había trabajado apenas algunos años, pero no los suficientes como para garantizarse el futuro y el de su familia.

De ganar uno de los mejores salarios del país había pasado a ser un chofer de plataforma ultra precarizado. Sin embargo, contaba con una ventaja: la indemnización de la empresa incluía una tarjeta con la que conseguía gratis la nafta súper de las estaciones de servicio de esa multinacional.

 No era fácil. A la mañana salía a pelear por pasajeros contra otros choferes. A veces tenía suerte y sacaba una seguidilla interesante; otros días era más difícil encontrar pasajeros que un trabajo en blanco. Apenas lograba bancar a su novia desocupada y sus tres hijos.

Una noche en la que no había cenado para que lo hiciera su familia, el hambre en la panza le dio la determinación para animarse a la idea que le picaba en la mente. Esa misma noche llamó a Damián, también vecino y ex compañero, para proponerle asociarse.

Alquilaron un galpón en la entrada al barrio y rescataron —o robaron una madrugada de calor— dos surtidores viejos de un pueblo del interior de la provincia a los que les improvisaron un reacondicionamiento con más imaginación que saber.

Haciendo uso de sus tarjetas provistas por la empresa, llenaban sus autos de nafta varias veces por día en las estaciones de servicio de toda la zona sur del conurbano, y luego descargaban la nafta dentro de unos enormes tanques enterrados debajo del galpón, para venderla a los vecinos del barrio.

El precio era inmejorable. La bola fue corriendo y la clientela creció cada vez más. Durante dos meses, Enzo fue la estrella del barrio. Un Robin Hood de la nafta para el barrio y una pequeña prueba de gloria para él.

No duró más que eso. Una tarde, quizás por sabotaje de la empresa, quizás por deficiencia técnica en cuanto a las condiciones de las instalaciones, la estación de servicio casera voló por los aires, llevándose consigo a casi todo el barrio.

El cuerpo de Damián nunca apareció. Enzo, por su parte, zafó de la muerte. Apenas tuvo daños en su casa. En el barrio, la historia cambió: todos los que sobrevivieron se convirtieron en sus detractores.

Estuvo al borde del linchamiento, apenas cuatro horas después de que estallara el barrio por los aires. Corrió, tironeando los brazos de sus hijos y esquivando golpes, hasta la refinería, donde los matones a sueldo le abrieron la puerta para resguardarse.

Zafó de morir a golpes entre los escombros, pero no logró quedar libre de culpas ante la justicia, que lo condenó como responsable de todas las muertes y destrozos.

Compartí este pasquín

¿Querés recibir un correo electrónico con los pasquines que se publican en el blog?

Suscribite completando tu nombre y correo electrónico.

Loading

Importante: Te va a llegar un email que tenés que abrir para confirmar tu correo.